Profesé una admiración
absoluta en mi niñez por Chaplin –admiración que se ha ido
desinflando en los años de madurez por prestarle atención a otras
cosas de menor importancia–. Mi madre, que me inculcó este
entusiasmo hacia Charlot desde que descubrió que era el disfraz más
barato para fiestas de fin de curso si prescindía del bombín y de
la chaqueta (te convertías en un imitador más o menos creíble sólo
colándole una corbata negra al jersey de pico del uniforme del
colegio, pintándote un apresurado bigotillo y portando un bastón siempre más grueso que el original),
me ha telefoneado hace poco para informarme que en un canal
televisivo estaban poniendo La Quimera del oro.
Como considero que cualquier consejo materno es de vital
trascendencia para un hombre, he vuelto a enchufar (sic) el
televisor, que hacía que no sentía la corriente desde junio, y he
sintonizado el canal. Después de tragarme un anuncio de Direct
seguros y su alarma de 99 pavos (el mundo es cada vez más peligroso
por obra y gracia de estas empresas), otro de un sujetador que
moldea-adelgaza-aumenta-reafirma-erotiza-masajea los pechos de toda
mujer inteligente que llame en este mismo instante a un teléfono
colocado en la parte inferior de “sus pantallas” y uno más de
tomate frito, mi querido Charles ha vuelto después de tantos años a
la vida. Cuál no habrá sido mi sorpresa al ver que la estupidez más
grande que se puede cometer contra una obra de arte como esta
película se ha hecho sin ningún tipo de reflexión. No, no la han
coloreado. Peor aún: han introducido una voz en off
que comenta y pone diálogo a lo que antes era mudo y solamente
acompañado por una guía musical. Se han sustituido las cartelas
donde figuraban escritas breves notas alusivas al cronotopo o al
diálogo por una voz demasiado presente. He bajado el volumen porque
no lo podía soportar.
Ayer
mismo anduve de cervezas con mi amigo Rafael Cobos, guionista de
talento de cuya pluma han salido filmes como Siete vírgenes, After o Grupo 7.
Este último abrigaba la esperanza hasta ayer de volar hacia L.A.
para saludar a la estatuilla de la sección de Mejor película de
habla no inglesa. No pudo ser. Por Grupo 7 va
Blancanieves, un cinta
muda y en blanco y negro que hace una relectura del cuento de los
Grimm Brothers en clave cañí. Como comentábamos anoche, marchar a
Los Ángeles con un film de estas características deja bien a las
claras que ir a rebufo de éxitos pasados y sus modelos es a lo que
más se arriesga la industria cinematográfica española. Si The Artist
triunfa, nosotros también
podemos.
Para
el desmejoramiento de las generaciones futuras y de estas mismas que
ya frisamos la cuarentena, no hay nada como sustituir Quimeras
por estupideces. Le ponemos voz a Chaplin y se la quitamos a la peli
de la Verdú. Es probable que ésta no tenga nada que decirnos.
Aclárenles a sus hijos que Charlot no necesitaba nada de eso.
Saludos.