Hace unas semanas
estuvimos en la Lusitania. Aventuras y desventuras con el pago de las
autoestradas y los radares
(un portugués con un coche matrícula de Barcelona nos dijo que era
inútil pagar –lo hicimos–, pues a Espanha no llegan las multas).
Los espanhois vamos
hasta allí para comer y decir que todo es rico y barato.
Evidentemente, Portugal pasa por una demoledora crisis económica que
acrecienta la sensación de que nuestros vecinos del Wild West
peninsular están en plena regresión crono-económica hacia los años
de las cuberterías a buen precio. Se trata de un país cuyo
patrimonio está en manos privadas o en manos de la carcoma. Los
coletazos de la grandeur
europea se pueden rastrear en ostentosas oficinas de turismo dentro
de pueblos ribereños del Alto Douro o en otros tantos coliseos
municipales. La última incrustación de perlas caras se hizo en
Oporto (Porto en el romance local), pero la cultura no vendible de la
nación (iglesiñas, yacimientos arqueológicos, etc.) se agrieta con
la colaboración de los días y la falta de fondos.
Si
van por Porto, las guías actualizadas les llevarán a la Casa
da música, un auditorio
diseñado por el arquitecto holandés Rem Koolhas, la firma que se
eligió para poner el toque de distinción constructiva a la
capitalidad cultural europea del 2001. Fuimos guiados hasta allí por
la admiración de dos arquitectos amigos que gustan de estas
“ejecuciones modernas”. La anduvimos por dentro y por fuera como
muestran estas instantáneas. Más curioso en su interior que en su
exterior, nos pareció un polígono de cartulina construido un
domingo por la noche para entregar el lunes a primera hora por un
muchacho algo distraído.
Huimos a la búsqueda de otras arquitecturas que figuran en las monografías de –esta vez sí– un artista local, tal vez el hacedor luso más universal en estos ámbitos: Álvaro Siza. Entre 1958 y 1966, con apenas 30 años, Siza se estrenó en su Matosinhos natal con dos obras que, sin grandes gestos pero sí con una original lectura del legado de Lloyd Wright y con una personalísima visión, cambiaron la fisonomía de la playa de los portuenses: la Piscina des marés y la Casa de chá da Boa Nova.
Uno se pregunta cómo unas ideas tan tremendamente innovadoras tuvieron
acomodo en estas costas durante el salazarismo. Disfrutamos mucho de ellas, sobre todo porque
los atardeceres de aquellas tierras ofrecen un cromatismo cálido y
mágico a la vez. No duden en ir a ver estos vestigios de un tiempo y
un hombre que se nos van. La Casa de chá, cerrada y con la promesa
de una intervención, se desportilla como una taza de cerámica china
mal colocada en una caja de madera, pero, si trepan un poco por las
rocas sobre las que se sustenta, en la cara oeste disfrutarán mucho
de su alma. Ah, “el esplendor de Portugal”.
Comparar a Rem Koolhas (ver la aberración que pretendía "ejecutar" en Córdoba con el beneplácito y aplausos de todos los políticos papanatas de este nuestro jodido país) con el GRANDÍSIMO MAESTRO SIZA, es comparar la arquitectura espectáculo con ARQUITECTURA DE VERDAD...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, mister Ladrillo. Por cierto, hace tiempo recalé por su blog y me gustó bastante. Me gustaría saber si está al corriente del Goetheneum de Dornach. Me interesa mucho saber su opinión. Un saludo.
EliminarEl hombre como centro de todo... No he tenido la oportunidad de visitar esa obra de la que es tan difícil encontrar buenas fotografías y buenos planos. Tanto el primero como el segundo son edificios impresionantes. Me recuerda muchísimo la arquitectura de Mendelshon. Un saludo
EliminarFantástico. Me encantaría poder visitarlo también. Te dejo un enlace para que al menos te des el placer de verlo desde diferentes perspectivas y con algún que otro detalle. Otro saludo.
Eliminarhttp://www.flickriver.com/photos/tags/goetheanum/interesting/
Muchísimas gracias por el enlace. ¡Espectacular!
EliminarTotalmente de acuerdo, mister Ladrillo.
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