Las narraciones ajenas a veces le confieren a la realidad una extraña luz que, mal que nos pese, muestran ante nuestros ojos la bola de cristal en la que el pueblo alemán al fondo, con la nieve en el mismo momento en que esta se asienta tras la sacudida de muñeca del turista en la tienda de recuerdos, finge ser verdad. Me cuenta un compañero que en su centro de trabajo ha habitado hasta el pasado curso un Minotauro, un animal fabuloso de complexión majestuosa, que había decidido por su cuenta y riesgo montar oficina en el recóndito aseo de la última planta del edificio. Durante la media hora del descanso del personal, su servicio resultaba plenamente satisfactorio para quien pudiera sortear el aguerrido celo de los guardianes de pasillo. Esta divinidad fue –hasta que duró el garito– un semental olímpico, una boca de riego seminal que apagaba el fuego de las púberes que se beneficiaban de este servicio gratuito. Condiciones del contrato: cita previa, máxima discreción, puntualidad y nada de gritos. Se aconsejaba también una indumentaria sencilla y alguna prenda que sirviera de mordaza por si las moscas.
Pero, claro, cuando el polen dorado del cielo se espolvorea sobre las flores de un jardín, el de al lado acaba por oír el rumor, ese susurro creciente que se convierte en una vaharada capaz de incendiar un bosque en la noche. Una joven se permitió el desliz de emitir un trino celeste que desquebrajó las jaulas cristalinas donde habitan los secretos. Los vigilantes no tardaron en llegar a las inmediaciones del habitáculo del placer. El dios salvaje de 18 añitos atenazaba entre sus fornidos brazos a una ninfa natural del pueblo vecino, la cual enredaba a su vez sus cuatro extremidades en torno al robusto tronco del muchacho.
Fin de fiesta. Expediente, expulsiones y no mucha más investigación. Silencio abisal y saudade de aquellos tiempo lúbricos que no volverán. Las ninfas miran ahora en el patio, cariacontecidas al morderse las uñas, el cristalino borboteo de la fuente incesante de donde beben.
En la era del ADSL, ubicuo y celebrado por los tecnófilos, parece que la velocidad (rapidez) y la efectividad (exactitud) son los rasgos más sobresalientes de nuestro tiempo. Ya lo dejó dicho Italo Calvino en su Seis propuestas para el próximo milenio, libro que siempre recomiendo a los fervientes admiradores de la inteligencia humana (lo editó en su momento Jacobo Fitz-James Stuart en Siruela, ese que ahora anda litigando con su casadera madre por unas fincas de nada). De la misma manera, lo del Minotauro y las ninfas admite la combinación de dos sustantivos que, en este caso, se confunden mutuamente: monstruosidad y grandiosidad. Depende del humor de cada cual que tomemos uno u otro, o ambos al mismo tiempo, como cifra del asunto. Oh, el gran mundo, amigos.
Si es que lo tengo pensado y dicho: los centros de trabajo deben tener pasillos tortuosos, lugares recónditos, buhardillas donde habite el misterio; y no esas estructuras asépticas, blancas y diáfanas que rompen todo misterio. Aunque alguno que yo me sé posee un sótano convertido en sala de máquinas que puede dar pie a más de una sabrosa fritanga.
ResponderEliminarprobando,probandoooo..a ver qué pasa!
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