lunes, 5 de septiembre de 2011

Tapones de Vespino

Esta mañana, en un afamado restaurante del lugar donde trabajo, me he encontrado con el pasado adolescente. El encuentro estaba teñido de colores tragicómicos. Al principio sólo reparé en que un individuo de polo azul con banderita nacional ribeteada en el cuello del mismo y un moreno de agosto trepidante tomaba cervezas con una joven de pelo rubio-dudoso en la terraza soleada del local. Ambos observaban con inquietante interés un Porsche Carrera 911 aparcado justo delante de sus narices. La chica reía con histerismo de hiena todo lo que su acompañante le decía. Me senté al otro lado de la terraza. La risa seguía. La chica se levantó y fue hacia el coche, una especie de París Hilton después de hacer un cameo desafortunado en un episodio del Correcaminos: la caída de un yunque gigantesco sobre su cabeza la había achatado por los polos. Luce mal los pantalones pitillos y los tacones. Abre el coche con la colaboración del joven, que desde la silla acciona la cerradura para que ella extraiga del interior un paquete de tabaco, no sin antes introducirse en la boca algo así como una minipalmera azucarada que deglute con la boca abierta mientras vuelve a su asiento. El espectáculo es deplorable. Siguen riendo.

En vista de que la fama del local no da para tener camareros que atiendan la terraza, me adentro en el establecimiento y pido mi bebida. Un tipo de 60 años me perdona la vida y me sirve. Le dice a otro que permanece acodado en la barra que el colega de fuera y la gorda han quedado con el Lili para venderle el coche. Se ríen. Todo el mundo se ríe esta mañana. Yo no. Entre otras cosas porque hace un rato que he reparado en que el del Porsche es de mi pueblo; que en su tierna adolescencia cruzaba el pueblo a horcajadas de un Vespino rojo (Snoopy nacional y pegatina de Levi´s); y que su mayor afición era mangar tapones de gasolina de todo velomotor que se preciara para venderlos luego a precios asequibles a los mismos muchachos de cuyas motos salían.

Servidor no tiene querencia alguna hacia otros bienes materiales que no sean el jamón ibérico, el té chino (si este binomio es creíble) y el chocolate negro (si este trinomio también es creíble). Un coche es una máquina contaminante que sirve para transportar individuos con más o menos dignidad. Si es seguro y amplio, mejor. Un Porsche Carrera 911 no está hecho para mí. Siento desalentar a mis admiradoras. Cuento todo esto porque, de vuelta a casa, no he podido evitar pensar en lo que han ido transformándose los tapones de Vespino con el paso de los años para acabar dando el flamante artilugio. Puestos a calibrar el éxito obtenido a lo largo de la existencia de este ser, exponencialmente se trata de un hombre exitoso digno de figurar en la lista Forbes de la microeconomía. Creo que me equivoqué aquella noche cuando, montado yo de paquete en otro Vespino con mi amigo Marquito, hice caso omiso de una indicación luminosa acerca de un ciclomotor aparcado que aún mantenía intacto su tapón y que el prenda nos dejaba para iniciarnos en el mundo empresarial. “¡Ya es tuyo, chavááááááááááá!” gritaba a la vez que hacía un caballito con su moto. Qué diferente habría sido todo.

1 comentario:

  1. Genial, Manolo. Si existiese una trepanación que asegurase la miopía mental y la conciencia de una carpa, iría corriendo a operarme.

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