miércoles, 14 de marzo de 2012

Un poco de amor, muy poco



L'amour, esa cosa a veces viscosa, a veces desapegada, sigue teniendo teóricos que me esperan a la vuelta del camino de vez en cuando. Esta misma mañana he oído una teoría de lo más peregrina sobre las bondades de vivir solo cuando se cree en el amor pero no demasiado. “Lo suyo es llegar a casa y tirarse tres peos (sic) y no tener que darle cuentas a nadie”. Evidentemente se trata de una metáfora, poco acertada, es cierto, pero, según su creador, de lo más gráfico para entender el asunto. Si hiciera una lectura literal del adagio en plan testigo de Jehová, concluiría que la soledad bien vale tres piruetas aerofágicas y que la compañía de un ser amado al lado no suple, ni por asomo, el gustazo de levantar la patita por el pasillo y cascarse un buen cuesco, o dos, o tres. Siguió este Stendhal contemporáneo (háganse con Del amor de Henry Beyle con un ensayo de Ortega en Alianza editorial para desbrozar más certeramente la maleza de los sentimientos) aportando sus conocimientos erótico-antropológicos acerca de cómo son ahora las féminas: “Si una tía de 30 tacos en adelante está buena y no tiene pareja, es que trae alguna tara”. Imagino que mis amigas lectoras de estas fritangas estarán deseando que les facilite el teléfono de este genio para tomarse un café con él y, de paso, contrastar ideas acerca de las taras mentales de algunos sujetos.
Pues nada, my friends, a la cama me voy para soñar con hermosas muchachas con taras y con problemas de aerofagia crónica. No hay nada como el calor del amor (en cualquiera de sus manifestaciones) aunque sea en sueños.

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