Huyendo de la calima septembrina, ayer tomé un avión y me vine a Barcelona. De nuevo el low cost me salva del desnutrido ambiente de los días laborables. En la cola me topo con fugados como yo y con habitantes del mundo de la empresa y de los congresos de fin de semana. Una mujer de 45 años, con unas mechas puestas muy probablemente por su cuñada, comparte una animada conversación con dos tipos de más o menos su misma edad. El más elegantemente vestido (camisa a rayas, vaqueros desfondados y zapatos en punta con hebilla) afirma que lo más interesante del congreso será la ponencia “Dermatología de pequeños animales. Nuevas alternativas”. El otro le dice tajantemente: “estoy harto de las cobayas”. Los tres miran al suelo reflexivamente y dejan de hablar durante unos segundos. La fila se mueve.
Dentro de la cabina el piloto se presenta como el Capitán Víctor Hugo. Cuando repite la retahíla en el inglés normativo, le suma un “da Silva” al nombre del insigne escritor. Pienso en el orgullo herido de los posibles súbditos de la Reina de Inglaterra que pudieran estar en el pasaje. Un autor francés, negrero literario, que controla los mandos de la nave, bien podría tratarse de una burla de mal gusto, de ahí la inclusión del apellido. La gran literatura siempre fue cosa de los otros. Duermo. Tomamos tierra y un tipo llama a Anita: “Anita, ja sóc aquí”. Anita lo esperará a la salida y, además, ya sabe que está aquí antes de que él la telefonee. El móvil inútil de los aviones. La nueva terminal del Prat no tiene la constitución ósea de cetáceo que presenta la T4 madrileña, sino que presenta un aire entre pabellón de deportes estadounidense y planta de cosméticos de unos grandes almacenes. El suelo color azabache brilla con ostentación. Sigo a un calvo que venía conmigo en el avión y me lleva hasta la salida. Un bus (5.30 €) me lleva hasta Plaça de la Universitat. Los manifestantes contra el estadista-lingüista Artur Mas no llegan a paralizar la circulación esta tarde. Al fin en la Ciutat.
Me tomo unas cervezas Moritz en una cafetería moderna (ya saben de qué les hablo) de nombre Lletraferits, que sin complejos pone un disco entero de Sabina. Pienso en que en nuestra City no habría ningún local de la zona moderna (ahora también saben de qué les hablo) que tuviera el arrojo de poner la misma música. Estos tipos tararean a Joaquín y te cobran en catalán sin complejos. La noche se expande entre paquis y garitos de mojitos y chaise longue. Adoro Cataluña. Mañana más.