miércoles, 25 de abril de 2012

Las opciones de ahora

Juan Carlos es un hombre de miras telescópicas. Su espectro de piezas se ha agrandado con el tiempo. Comenzar con un hermano, seguir con Mitrofán (pobre oso) y terminar (por ahora) con un elefante (¿por qué no tuvo nombre esta criatura?) lo ha convertido en uno de los prohombres a tener en cuenta en la cuenca ibérica. Ante el despropósito selvático en el que vivimos, sólo queda optar por dos modelos: la amplitud progresiva de los Borbones (más descendencia, mayor tamaño de la caza, mayor carnosidad labial de las amantes -de la San Basilio a la Bárbara Rey-) o la interminable jornada de Chinatown (sin cierres, con venta ambulante tras salir del tajo, con pisos alquiler con 30 individuos, sin conocer la palabra ocio...). Algunos humanos más optimistas que servidor recomiendan una mezcla de ambas cosas. Si es así, yo sólo veo elefantes de labios operados y tiendas donde cargar el rifle las 24 horas.
La cosa (esa anfibia manera de llamar a la realidad) va demasiado veloz. Me he comprado un casco en Decathlon (la mayor tienda de disfraces del mundo) para apearme en cuanto la cuneta sólo sea una banda de tierra fugaz y el horizonte un conjunto de macroexplosiones a lo lejos. Recomiendo llenar la garrafa de agua y la biblioteca de best-sellers. Hoy, que me he enterado de que una audiencia de 250.000 almas de un telediario cambia de canal porque no soporta los 2 minutos 30 que por ley se han de dedicar a la cultura en las televisiones públicas, he decidido cambiarle la carcasa a mi corazón. De ahora en adelante sólo me dedicaré a las mediciones atmosféricas. Cuando vea venir la tormenta, colgaré en facebook este video gigante que sólo gente sensible puede entender. I love you.

lunes, 16 de abril de 2012

Silicona y mortadela

Mi mamá, que es una santa, tiene especial facilidad para entablar conversaciones con todo ser vivo que pase con ella más de 20 segundos. Lo más curioso del caso es que la gente responde de tal manera que muchos de estos encuentros fugaces se convierten con el paso del tiempo en amistades contundentes. La admiro porque, a lo tonto a lo tonto, cuenta con una tropa de buenas personas que la arropan en los momentos más insospechados de su vida o, al menos, se le acercan para contarle microhistorias de más o menos calado humano.

Hoy el chico del supermercado que le ha llevado la compra a casa le ha dicho que "se gastó" 3000 € poniéndole los pechos a su mujer, pero que la operación fue un bluf porque el diámetro de uno de ellos distaba alarmantemente de parecerse al diámetro del otro. Ya saben ustedes que los repartidores en estos tiempos que corren no pueden andarse con tonterías ni convertirse en rapsodas a domicilio para orejas amigas, así que nos quedamos sin saber si el hombre ha estado amasando pechos con diferentes grados de abertura de manos o, por el contrario, si ha llegado a reunir la manteca suficiente como para igualar las mamas. Sí que acertó a narrar antes de volver al tajo que su hijo de 10 años sorprendentemente quiere hacer ahora la comunión, cuando ya había proclamado con 8 que nanai de la China. Los niños son así: volubles, levantiscos, antojadizos. Servidor, como muchos de ustedes saben ya, fue enviado desde Jardilín (tienda especializadas en comuniones para niños y niñas de talla humana) a la sección de bodas de El Corte Inglés porque no había camisa que cubriera el tronquito de la criatura. La criatura del repartidor, según el propio padre, se tendrá que conformar con una celebración escueta, sin demasiada pompa: unos cuantos platos de fiambre colocados estratégicamente en mesas plegables para que los comensales tengan que moverse por la loncha como si del juego de la silla se tratara.

Vivimos en un mundo difícil, donde la felicidad a veces tiene la consistencia de la silicona y otras la de la mortadela con aceitunas. Me alegra saber que los currantes siguen velando por la belleza de sus señoras (tremendo) y la espiritualidad de sus hijos, pero me apena que la carnalidad le siga ganando la partida a las cuestiones celestiales. Salve.

miércoles, 11 de abril de 2012

Pollos en Valencia


Para mi dulce Lupe, compañera de fatigas en el corral.


Nubes descolgadas del cielo toda la mañana. La empresa criadora de pollos me manda con una expedición de éstos para que respiren aires mediterráneos y conozcan otros corrales de explotación aviar. El viaje a Valencia es movidito porque muchos pollos sufren de poliuria y hay que parar el camión más de lo debido para que evacuen y no se vean importunados por cuestiones menores en pleno experimento. Habrá que hacérselo saber al laboratorio de la empresa para que ajuste estos pequeños detalles. 

A la llegada a la ciudad del Turia, una joven se aventura a guiar la visita panorámica por la ciudad. Se mueve con desenvoltura entre la polvareda de alas de pollos distraídos, más pendientes de las ofertas de indumentaria deportiva que a las excelencias modernistas de la ciudad. Tras el paseo,  volvemos a la granja de descanso con algunos pollos dañados en las patas. El grano de la cena hace milagros (el inventor de la salchicha merece cárcel en algunos casos). Como ya he dicho alguna vez, la vida contemporánea nos depara toda clase de coincidencias espeluznantes: a la pollería se le suma una convención de embarazadas que asisten como sparring a una demostración de productos para mujeres encinta. Al parecer, mañana llegan sus maridos para seguir con el asunto. 


La noche es dura porque hay que andar a la caza de pollos trasnochadores, rastreadores de migas que los llevan a habitáculos de compañeros hermanos en el deseo de malpiar al sol naciente. Que sea lo que dios quiera, mañana toca visitar ese engendro posmoderno llamado la Ciudad de las Artes y las Ciencias,  esqueleto de ballena blanqueado por la pasión totémica de las autoridades  locales.

viernes, 6 de abril de 2012

Ella Fitzgerald es el camino hacia la felicidad



Suena desde el salón "Cry me a river" en la voz de Ella Fitzgerald. Eva me concede este regalo matinal mientras me afeito antes de irnos al café Dell´Incontro a desayunar. Té, como siempre. Hoy me lo ha preparado Franco, el dueño de este maravilloso lugar. Juego de tetera de porcelana blanca y corte magistral de limón. No he podido privarme de felicitarlo por su elegancia en el servicio. Franco es un hombre discreto y se afana en disimular que le agrada el cumplido. Nos regala un pequeño huevo de Pascua mientras halaga la calidad del chocolate suizo. Luego, con disimulo le ha dicho a uno de sus camareros que nos dé a probar el helado de zuppa inglese recién salido. Nada de cucharillas de plástico; dos cucharas como dios manda para Eva y para mí, y plato de porcelana blanca para apoyarlas tras la degustación. 


Nos vamos a Locorotondo y a Martina Franca, conocida aquí como la pequeña Frankfurt. Esto se debe a que nuestro Fernando el Católico le dio a la población la autonomía administrativa y desde finales del siglo XV la ciudad no ha hecho más que crecer económicamente hasta el punto de que el Papa Wojtyla pasó por acá dejando un texto que una placa a la entrada de la ciudad recoge un tanto paradójicamente: "querido pueblo de Martina Franca, recibe a tu nueva generación con un constante y valiente amor a la vida y  confía en la palabra de Dios para que sepa resistir a la tentación de la seducción del consumismo y al secularismo". Casi na.

Volvemos a Conversano. Dicen que uno deja de sentirse turista cuando forma parte de la población de un lugar sin que ésta repare en su presencia. Tengo la suerte de que un tipo llamado Pasquale Sorfrizzi me corte el pelo en la barbería del pueblo. Aquí la gente habla dialecto, algo que te hace pensar que has cambiado de país con solo cruzar una puerta. No entiendo nada, así que me deleito con los movimientos magistrales del artista del corte. Si alguna vez he tenido presente la torpe función de las palabras para redibujar un momento vivido, creo que este es un caso claro. La precisión, los movimientos, el meñique flexionado en perfecto ángulo con respecto al antebrazo, la mirada ágil, el recorte de pelos orejeros (uno ya es mayor), el masaje posterior, la aplicación de la loción, etc. Que este hombre me cobre sólo 6 euros por esta obra maestra me parece un abuso. También afeita a navaja por la mitad.


Me las piro a cenar a una pizzería que ofrece una carta de casi 70 pizzas, además de un servicio impecable. Terra Rossa es un local incrustado en los bajos del castillo de la ciudad donde suena "Bésame mucho" en el hilo musical. Bicarbonato y a la camita. No puede haber nada mejor que abrir y cerrar el día con música.

miércoles, 4 de abril de 2012

Monopoli no es sólo un juego ni la vida tampoco

Las vacaciones te permiten ciertas licencias con el tiempo. Hoy me di el gusto de perderme solito por las carreteras que serpentean por la Puglia -Eva me dejó por cuestiones familiares-. Los cerezos en flor bien merecen el extravío. Destilan estas flores la fragancia de la felicidad. Ahora reparo en que el Adriático tiene la densidad del azul del cielo de acá, atenuada por el blanco de las flores que me salen al paso cuando me distraigo de la conducción.



Llego a Monopoli. Aparco en la Plaza Vittorio Emanuele. Paseo por un casco histórico decadente, donde hay mujeres que sacuden alfombras y tienden ropa al pie de sus casas pequeñas y oscuras. Monopoli tiene un punto de crudeza neorrealista. A decir verdad, es la primera vez que la veo en el viaje. También me llama la atención la profusión de tontos del pueblo que andan por la ciudad, todos ataviados y peinados con la caprichosa moda del momento. 


Decido tomarme una birra piccola en una plaza donde convergen tiendas de recuerdos, cafeterías antiguas y terrazas chill-out. El hilo musical es una babel de ritmos diversos expelidos por cada local. Desde mi atalaya observo las mesas que tengo justo enfrente y donde se han sentado tres parejas:
1ª) Alemanes cincuentones. Él es un tipo canoso y rubicundo que se toca el labio superior con un bigote semimexicano; ella cruza las piernas con estilo cinematográfico. Ella disfruta del viaje y del cruasán; él, de ninguna de las dos cosas.


2ª) Joven pareja italiana. Él, 38 mal llevados, camiseta blanca de mangas demasiado cortas ajustada a un torso de atún de almadraba, cadena dorada al cuello y esclava a juego; ella luce indumentaria y complementos para góticas maduritas (blusa de gasa negra, botas de "chúpame la punta", labios perfilados con lápiz color sangre seca y gafas tamaño pantalla que no dejan ver ni siquiera las cejas). No hablan entre ellos. Él saca un Mac book pro de una funda y se pone a curiosear. Ella devora los aperitivos con mal disimulada ansiedad. Incuestionable ahora que en las canteras del amor no hay descansos para comerse el bocadillo; éstos hace ya un rato que dejaron de picar.


3ª) Mujeres francesas casi sesentonas. Seguramente profesoras de secundaria. Una sorbe una mini-cocacola con una pajita como si fuera la última que beberá antes de que la pasen por la guillotina; la otra devora las aceitunas como una ardilla. Van disfrazadas de turistas. La ardilla le canta a su acompañante "Volare" con un acento deplorable y se ríe; la de la mini-cocacola no, pero se aman más que el atún y la gótica.


Después de deambular por el puerto y deleitarme con una breve cala que entra hasta la ciudad y en donde se bambolean barcas azules que se hastían de no salir a la mar, me vuelvo a Conversano. Me espera Eva. Nos tomamos un helado en la cafetería de Irina. Caminamos la ciudad hasta el Palazzo d´Erchia, cuya propietaria, Apolonia, nos enseña con orgullo el palacio familiar convertido hace 10 años en posada de para viajeros cansados. Se nos suma Michele, que me aclara que el Barrabás titular que ayer no pudo comparecer en el Via Crucis realmente estaba entalegado por denunciar por la mañana a golpe de megáfono un vertido de amianto cerca del pueblo. Estos amorosos jóvenes me regalan una cena de crudaiola (pasta fresca con tomate crudo, rúcula y ricotta marzotica), mejillones y gambones al horno. Luego conversamos hasta la mezzanotte sobre el triste declinar del mundo. Sigue L´Italia dándome gusto diario. Benditos todos los benditos.

martes, 3 de abril de 2012

Alí Babás y un pueblo de Turturros

Irina es una georgiana que trabaja en el Café L´Incontro de Conversano. Su jefe, Franco, un camarero de toda la vida con cara de actor del Hollywood pionero, se ha bajado el sueldo para no prescindir de nadie en el negocio. En el local no hay ninguna mujer salvo Irina. La gente de acá dice que el expresso de este sitio es sólo para hombres. Irina probablemente no lo sepa; sólo trabaja con la elegancia natural que atrae mi atención y que hace que me fije en ella. Me prepara un té: coloca la bolsa en una tetera de porcelana blanca, corta un limón y toma unas pinzas para colocar cuatro trozos en un plato. El amor, ese calamar relleno de foie gras que intentamos tirar envuelto en una servilleta por el váter y éste nos lo devuelve más correoso, nos caza en cualquier rincón de la  realidad. Irina podría ser amada por cualquier ser delicado con sólo mostrar su disposición a lograr que el universo fluya sin adornos estériles. Me cuenta Eva que Franco adiestra a todos sus trabajadores en el arte de poner cafés y dispensar helados. He decidido que todas las mañanas vendré a celebrar el nuevo día con estos seres maravillosos.

Hoy vamos a Ostuni, una ciudad blanca amontonada en torno a una catedral  románico-gótica. En la plaza del ayuntamiento hay una cafetería regentada por unas jóvenes que seguramente sean familia de algún bandolero local o tal vez familia directa del dueño de la pizzería del otro lado de la plaza o, incluso, prima del enano propietario de una cafetería con sillones de escay a la que hemos llegado después del primer y segundo sablazo. Ostuni no es la mejor ciudad de la Puglia, pero sí es la mejor sucursal de los hijos de Alí Babá. Ya estaban tardando en darnos un poquito de brocha.

En el viaje de vuelta me dejo llevar por la belleza de los olivos de nuevo. Troncos hermosamente ancianos que juegan a esculpirse bajo formas caprichosas. 

Esta noche Conversano ofrece un Via Crucis con el pueblo de figurante. La única baja del espectáculo, afortunadamente, ha sido Barrabás, que tiene menos diálogo que el perro de The artist. Un barbudo de última hora se ha sumado al show y nada peligra. Nos vamos a un bar junto a la estación. En la cena me entero de que el padre de John Turturro es de la zona, de Giovinazzo. Se fue de carpintero a N.Y. y allí nació el hijo actor. También Stallone es natural de por aquí. Comprendo ahora que un pueblo entero se tire a la calle a interpretar con la historia cinematográfica reciente respaldándoles. 

Me voy a la cama feliz porque mis anfitriones resisten mi presencia y además me hacen disfrutar epifánicamente de todo. Mañana el único plan es ver a Irina cortar el limón. Good night.

lunes, 2 de abril de 2012

De epifanías y Bollywood

Giangirolamo II Acquaviva de Aragón, Conde de Conversano y conocido como el Tuerto de la Puglia, ascendía por las mañanas a la torre de su castillo con una ballesta para ejercitarse en el tiro en su domicilio habitual. Acostumbrado como estaba al arte cinegético en plena naturaleza, le amargaba no poder practicar con animales en movimiento, por lo que se despachaba a gusto apuntando con el ojo bueno a las lugareñas que portaban sobre sus cabezas jarras de agua. No tendré que explicar por qué el lugar por donde las féminas desfilaban se llama hoy día terra rossa. Los tuertos no suelen ser muy buenas personas.

Por este pueblecito de Conversano he paseado con Eva, percatándome de que aún quedan vestigios del mundo precapitalista donde ni la prisa ni el aluminio en las ventanas han mutado el lugar en un remedo de sí mismo. En los bajos del castillo del Tuerto, los descendientes de las mújeres caídas por obra y gracia de este imbécil, tienden sus sábanas para que el maestrale o la tramontana las seque. Tras pasear por el dédalo de calles pétreas y fotografiar pequeños detalles de las fachadas medievales, nos encaminamos hacia Polignano a Mare, una ciudad al borde del Adriático que vio nacer al gran Doménico Modugno y que en verano recibe como vecino insigne al actor porno Rocco Siffredi. En una placita con un reloj gigante marcando las dos de la tarde, nos hemos sentado a disfrutar del sol. Una señora gorda a escasos metros se agachaba para sacarle brillo a las losas del suelo de su casa, ofreciéndonos una escena de ubres pendulantes agitadas con energía higiénica al ritmo febril que otorga la pasión por la limpieza. Después entré en Santa Mª Assunta, que, como yo con tres Nastro Azzurro, era ascendida al cielo por unos ángeles desde el dintel. Dentro me topé con una imagen gigante del Papa Wojtyla custodiada por la luz de una vela inextingible. Momento epifánico por el silencio y porque, al parecer, uno de mis bisabuelos maternos era clavadito a Juan Pablo II.


Seguimos. La tarde se acelera entre visitas a lidos (calas) custudiados por castillos cuyos propietarios ya no son tuertos caprichosos sino abogados de moda. Recogemos al gran Michele que nos lleva a Alberobello, un curioso pueblo donde las construcciones típicas (Trulli) atraen a chinos e hindús, seres extraños que se van apuntando poco a poco a la dromomanía contemporánea. Michele me hace reparar en la belleza de la región de la Puglia, pero también en que tienen que competir con la primera división mundial de patrimonio cultural del mundo: Roma, Florencia, Venecia, Rávena, etc. Difícil atraer a turistas que van dos veces a la Bella Italia en su vida para completar su formación espiritual. Lo más interesante es que, desde que Bollywood ha firmado un contrato con el gobierno de esta región para filmar unas cuantas películas, la afluencia de hindús no cesa. Las superproducciones indias están salvando la economía de la zona. Desde Italia con amor, invito al gobierno de la nación española a que convierta su territorio en un gran plató de cinema para salvarnos del rescate silencioso (aunque cada vez menos) al que se nos está sometiendo poco a poco desde Europa.

Terminamos de nuevo en Conversano. La señora Gracia nos da de cenar una comida deliciosa: mozzarela ahumada, braciola (carne de caballo guisada) y pasta con espárragos salvajes. Día gigante y provechoso. Sigo soñando con encontrar un adjetivo para el Adriático.

domingo, 1 de abril de 2012

Adriático con castillo al fondo y palacios barrocos

Siempre es una suerte viajar en primavera por el sur de Italia. Esta mañana se nos ofrecían las leves amapolas tremolando al viento, los cerezos floridos y los troncos barrocos de olivos centenarios decorando el paisaje, todo un presagio de lo que iba a dar el día. Eva y Michele me guiaron a través de la Puglia con el Adriático a la izquierda de la proa de nuestra macchina, que buscaba ansiosa la llegada a Otranto, ciudad mítica para los amantes del género gótico. Horace Walpole se inspiró en el castillo de la ciudad para ambientar la novela inaugural de lo que tanta manteca le ha dado a Sophie Meyer y a algún vendedor de correas de perros para uso humano junto a otros cachivaches de estética gótica. Pasta con frutti di mare, carpaccio de pez espada, mejillones de la zona y abundante Nastro Azzurro. Este es el último mar que vieron muchos cruzados antes de perecer en Tierra Santa; el mismo que disolvió en sus aguas la entregada sangre de los sarracenos que intentaron escalar un castillo que la burbuja inmobiliaria de la historia le brindó a la poderosa Corona de Aragón en la gloriosa y mediterránea Baja Edad Media.

Subimos al coche en dirección a Lecce, la "Florencia del Sur" dicen aquí. Claro está que es arriesgado jugar a las analogías con ciudades que en su interior atesoran un alto porcentaje del canon artístico de Occidente, pero Lecce sorprende por contener en el casco histórico un delicado juego entre el barroco eclesiástico y el palaciego, salvado este último por su uso democrático y comercial con negocios bien dispuestos y excelentemente dirigidos. La mezzaluna nos acompaña en el paseo vespertino en el que degustamos la deliciosa pastelería del lugar y nos adentramos en un interior del XVIII para darnos a las birras artesanales. !Oh, Italia, madre nuestra!