martes, 5 de abril de 2022

Educar la mirada

 

 

Cuando se habla de la necesidad del arte, interrumpen o vienen a enriquecer nuestras disquisiciones los conceptos de utilidad e inutilidad del mismo. Un cantero que interviniera en la decoración de la fachada de cualquier iglesia románica en el siglo XII no tenía percepción alguna de que su trabajo  fuera más allá de una obligación con su gremio y con Dios. Su arte estaba imbuido de religiosidad y como tal se llevaba a cabo. Gustave Flaubert, como muchos otros, entendía su arte como una religión en sí; la consagración absoluta a su obra lo llevó a envejecer con rapidez a partir de los cincuenta años, muriendo de un derrame cerebral a los cincuenta y ocho. Leyendo las cartas que envió a Louise Colet, uno se percata de los sacrificios, de las febriles etapas de creación casi sin dormir, siempre a la búsqueda de la palabra justa y siempre dejando bien plantada su capacidad para fijar los detalles del mundo en el papel. Desgranar algunos pasajes del libro, en cuyas líneas se acumulan sutiles relaciones entre sus personajes y la Naturaleza, y en entre esta y el significado secreto que transfunde Flaubert a sus imágenes, es una muestra de la utilidad de lo inútil, al menos en el sentido espiritual.

Escribe en el capítulo VIII de la tercera parte de Madame Bovary: Y, a medida que avanzaba, iba reconociendo los bardales, los árboles, los juncos marinos en la colina, el palacio a lo lejos. Se volvía a encontrar en las sensaciones de su primer amor, y en él se dilataba su pobre corazón oprimido. Le daba en la cara un viento tibio; la nieve, fundiéndose, caía gota a gota desde el follaje hasta la hierba. Emma Bovary se dirige al palacio de Rodolphe Boulanger, un donjuán que la rechazó y al cual vuelve desesperada después de tres años y un segundo adulterio. Cada una de las palabras están colocadas con la intención que sólo tienen los grandes. Aún sonaban los clarines del Romanticismo cuando Flaubert se encontró con el Realismo. De alguna manera, a pesar de su celo por recoger todos los detalles, sigue existiendo la impresión de que la naturaleza acompaña el sentir de los personajes como se muestra en el Romanticismo. Nabokov admiraba esta sutileza del escritor francés (“los divinos detalles”). El hueso de melocotón aún húmedo en el cenicero de la casa de Dolores Haze justo antes de que Humbert se encuentre por primera vez con Lolita será otro señuelo dejado para el lector a partir de una minúscula señal. la nieve, fundiéndose, caía gota a gota desde el follaje hasta la hierba contiene todo un mundo de relaciones con lo ocurrido antes en la historia entre Rodolphe y M. Bovary y lo que acontecerá cuando, minutos más tarde, ella se lo encuentre junto a la chimenea fumando una pipa. Merece la pena leer el fragmento para recuperar estos “divinos detalles”.

Los artistas tienen este sentido extraño y aristocrático de percibir la realidad con respecto al resto de los mortales. Practicar esta capacidad de captar los detalles requiere de una mirada atenta. La celeridad del mundo y la gruesa visión de las cosas dan al traste con ello. La educación perceptiva (ojo, no preceptiva) también resulta imprescindible para que nuestras existencias sean más ricas. Esta mañana, hablando con unas alumnas que sacrifican el recreo para seguir en el aula preguntándose acerca de que será eso de la literatura, convenimos que el detallismo no era una cualidad privativa del arte, sino que cualquier actividad humana podía ser enriquecida de esta manera, desde lo que hace un electricista hasta lo que pudiera llevar a cabo un médico. Evidentemente, el trabajo repetitivo y maquinal da poco espacio para conseguirlo. Concluimos que todo ser porta en su interior un espíritu creativo al que da salida si las circunstancias lo acompañan. Algunos logran dirigirlo a un fin y lo convierten en el motor de su trabajo o de su arte. Otros, anegados por las circunstancias, lo pierden por el camino, aunque algún hito en sus vidas los podría llevar a su recuperación. Una educación de la mirada podría contribuir a seguir mejorando lo que de manera irreversible estamos deteriorando en los individuos. Se necesitan voluntarios para esta tarea: bastan padres y madres atentos para comenzar. Luego, la labor recaerá sobre la responsabilidad de las personas que nos cruzaremos por el camino.

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