miércoles, 27 de abril de 2022

Pizarras

 



Hace un mes asistió a mis clases un inspector de educación. El hombre se sentó al fondo del aula y se parapetó detrás de un ordenador portátil. Recogía notas, se detenía de vez en cuando para contestar un mensaje en el teléfono para luego mirar lo que hacíamos mis alumnos y yo con atención. He de reconocer que los jóvenes no estaban sobre aviso, por lo que la presencia de aquel extraño señor los amilanó, pero no por ello perdieron un ápice de frescura. Al final de su visita, sólo me apuntó un cambio que debía de hacer en la programación. Después añadió: “sobre su práctica docente... no tengo nada que decir”. Menos mal que después de más de dos décadas en este negocio uno no tiene que recibir ningún apunte de los superiores. El caso es que yo sí lo esperaba, pues, a pesar de que en las aulas contábamos con material digital (ya se sabe: ordenadores, pizarras, cañones, etc.), no hicimos uso alguno del mismo. Al pasar de los días, la dirección del centro me preguntó sobre cuál era mi método innovador para que el inspector les hubiera comentado que mis clases eran muy entretenidas. Sin ánimo de darme alpiste ni de recibirlo de otros, la cosa, dije, es tan sencilla como el uso de la pizarra de tiza de toda la vida.

El detalle está ahí: la pizarra de tiza de toda la vida es uno de los instrumentos arrinconados en los trasteros de los colegios e institutos. Los cursos de “Cómo sacar provecho a las herramientas digitales” que imparten los centros de formación del profesorado puede que sean interesantes y necesarios, pero observo con cierta perplejidad la manera en que mis alumnos agradecen las tizas de colores sobre fondo negro. La compañera que entra cuando yo salgo de una de las aulas donde las pinto me dice que por qué no hago un blog para que no se pierdan. Es hermoso pensarlo, pero creo que es más hermoso que desaparezcan, que sean flor de un día y que queden en la memoria de los que tienen interés por ellas. Más de un joven me ha pedido al final de la explicación si puede hacerles una foto. Le digo que no, que pueden copiarla tal como está. No llego a  saber si lo pide por admiración del trabajo o porque pasa de tomar apuntes. En todo caso, la negativa viene fundamentada en el intento de que la voluntad no se atrofie por los medios digitales.

He de reconocer que he tenido un buen maestro para lograr sacar provecho a esta antigualla de herramienta. La vivacidad que esta permite pasa por poder introducir en la explicación cualquier elemento que aparezca en el propio desarrollo de la clase. La noticia del día, la anécdota que surge mientras subo la escalera (“¡Que estás apollardao!”, escuché ayer mismo y ya nos sirvió para ejemplificar la paresíntesis popular en morfología), o las relaciones que se pueden establecer entre la Naturaleza (estaciones, fenómenos de las mismas, etc.) y la evolución de la literatura, únicamente pueden brillar en estas pizarras y no en lo granítico de las presentaciones proyectadas año tras año.

 

Así que, si hay algún docente en la sala, que se anime y vaya mañana mismo a la secretaría de su centro, pida una caja de tizas de colores y (teniendo la suerte de que aún cuelguen de las paredes de las aulas pizarras de verdad) que comience como si fuera su primer día en la Tierra. Algo de provecho se encontrará.

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