Los hacedores de nuestra época han sabido crear un instrumental variado para iniciar a niños y adolescentes en diversas formas de ocio, que no es otra cosa que una puerta abierta a una posible pre-adicción. Se trata de objetos, cachivaches y aplicaciones (pronúnciense “ups para no hacer el canelo ante los propios jóvenes) con apariencia de juegos, jueguecitos o adminículos con la inocencia de los primeros pasos de un crío. Consolas, vapeadores y patinetes suponen un estadio previo a versiones de más o menos lo mismo pero más rápidas, más vistosas y, en ocasiones, más peligrosas.
L. es la joven que nos ayuda en casa. Malvive de las pagas del Estado y de lo que va ganando con la limpieza de unos cuantos hogares más. Desdeña con cierta picardía la posibilidad de que se le dé de alta en la Seguridad Social. El dinero que gana lo invierte en “piercings” y tatuajes. El último rezará “Torres más altas han caído”. L. mira de soslayo y sin demasiada preocupación que su hijo de trece años “vapee”. “Mejor eso que fume”, afirma con contundencia. El chaval tiene patinete eléctrico y móvil propios desde los once años. Su madre porta en sí misma la voluntad de las mamás que se niegan a que su hijo se quede atrás. En esta pugna, la clase media ilustrada gana cuando cifra el éxito de sus vástagos en las academias de inglés, el conservatorio y el viaje de estudios. En dicha versión las familias ponen su empeño en rescatarlos de la mediocridad y el fracaso. Estos tienen igualmente acceso a vapeadores, móviles y patinetes eléctricos; sin embargo, algunos de estos progenitores, vigilantes y comprometidos, logran que estos objetos lleguen tarde o, al menos, en un momento en que la madurez de la muchachada esté más acorde con su capacidad de decidir con algo más de sentido si lo usan y cómo lo usan.
Reflexiono acerca de la poca o nula sublimación de las clases sociales más castigadas a la hora de mejorar. Pareciera como si estuviésemos retornando a una Edad Media posmoderna en la que los nacidos “plebeyos” (hoy obreros manuales engolfados en las modas del momento) no pudieran ascender escalón social alguno. L. acepta que su hijo ya no vaya a sacar los estudios. “Me conformo con que no sea un golfo”, dice. El chaval “vapea”, practica muay thai y se mueve en patinete eléctrico. Parece que los vaivenes de la vida se encargarán de dirigir su rumbo hacia la repetición de trabajar a cualquier precio para conseguir cualquier cachivache de moda.
El hecho de no caminar (patinetes por doquier) y no pensar (pantallas que interfieren continuamente nuestra relación con la realidad) está atrofiando (también en los mayores) la posibilidad de recorrer el mundo con paso propio, observarlo a través de la propia mirada y pensar lo observado. La clase media continúa remando a contracorriente por tradición y por el miedo al qué dirán, y en esa lucha, más o menos, vamos salvando los trastos. El proletariado pseudo-letrado también continúa una tradición que sí supieron trascender nuestros padres para lograr hacer algo más de sus hijos. Sí, eran otros tiempos, pero benditos padres aquellos.
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