miércoles, 20 de abril de 2011

Rutilantes escenas citadinas

Hoy tendría que estar New Jersey con Manu. Quedamos en ello mientras libábamos cerveza en los desposorios de T. y L. Buen conocedor del low cost transoceánico,  Manu animó el cotarro escribiendo a pie de página la posible e irrisoria cuantía de la aventura: 500 pavos con tasas incluidas. No fuimos, evidentemente, pero llegamos a enviarnos mensajes post-cogorza que pudieran grabar en nuestras memorias que todo aquello era realizable. Hoy, en lugar de tomar el metro hacia Manhattan, observo desde las ventanas de la fabulosa bibliteca Anxel Casal el Monte Pedroso en Compostela, a la que he llegado gracias al low cost  nacional.

Estos abaratamientos del tránsito áereo aportan a las ciudades una estupendísimo museo de estampas sobre los desajustes de personalidad que sufren los seres humanos en este siglo sin dientes. Observo con desazón que en cada rincón superpoblado de la urbe asoman estampas dantescas. Hace apenas unos minutos, he visto a una señora gorda, con un tinte de supermercado desvaído por el paso de los días y del gusto, vestida con unas mallas negras (leggins para la última hornada de cursis post-ochenteros), sentada en un escaloncito junto a un perro ataviado con las ropas de peregrino a Santiago. El dueño del can -repetidamente denunciado a ADDA (Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal)- se gana la vida explotando al animal desde hace años. La foto junto a  la mascota vale un euro, precio irrisorio por inmortalizarse al lado de una de las atracciones más rutilantes del casco histórico, sin contar la propia gorda. Ésta, mientras su amado esposo se colocaba frente a la pareja y frente al desalmado y explotador dueño de la bestia, sufrió un grave ataque de risa que pronto se tornaría en uno de tos. Desacostumbrado como estaba el perro peregrino a estas convulsiones humanas, intentó morder a la dama que se llevaba la mano al pubis mientras le gritaba al marido entre toses algo sobre la inminente pérdida de orina. Hui despavorido.

Todo ello me lleva a reflexionar acerca de la búsqueda de la belleza en ciudades convertidas en parques de atracciones para la masa democrática. ¿Queda la belleza arrinconada en las escorados límites de estas urbes? ¿Se puede uno topar con la hermosura momentánea entre las densas trasminaciones de sudor turístico, trasegado en autobuses de El Torero? ¿Habrá que caminar hacia los barrios del extrarradio para, como decía Chesterton, encontrar la belleza purpúrea del atardecer?

Mañana subiré a la Ciudad de la Cultura de Peter Eisenman. Ya les contaré.

1 comentario:

  1. Pido perdón y me explico. la sobredosis de torrijas no me ha permitido deglutir fritanga al ritmo que deseo y más me conviene. Me siento honrado como el obsequiado con cuarto y mitad de cocretas humeantes.
    Por otra parte no puedo dejar de suscribir al freidor y apuntarme al carro de Chesterton: Periferias: Lo peor está en Times Square. Estimado chef de delantal de hule cuando termine de alimentar almas está usted convidao a una Brookling en el White Horse, y a lo que quiera en el Pumarejo.

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