viernes, 22 de julio de 2011

Literatura multiorgásmica (fritangas recuperadas)

Alguna vez he llegado a comentar con algún amigo cuáles eran las virtudes de lo extraliterario, es decir, todo aquello que está relacionado con el mundo de la literatura sin serlo. Evidentemente, me refería al mundo de lo material y no de las ideas; y como material entiendo las presentaciones, las lecturas poéticas, las reseñas especializadas, las listas de los más vendidos, las dedicatorias y las relaciones sexuales surgidas al calor de todo lo anterior. Esto último y sus aledaños es lo que empaña mis lentes esta tarde.

El doctor M., insigne cuentista y mecánico de las musas (en la actualidad ajusta la tornillería de un taller de escritura que impartirá en breve), esgrime que la sensualidad es más rastreable en veladas líricas donde muchachas audaces lanzan versos como confeti, que en charlas donde un joven novelista tiene que sortear las humoradas de señores con gabardinas sepias junto a las caras de jóvenes que tras las consabidas gafas de pasta esconden auténticos graneros de sebo y queratina.


Toda esta vana palabrería viene porque hoy, a la búsqueda de libros de lance en la feria del libro antiguo y de ocasión, he tenido la oportunidad de toparme con letras y personas que se han enhebrado sutilmente hasta dejarme colgada al cuello una divagación estéril acerca de la literatura y el sexo. En un libro del dramaturgo
Harold Pinter, Polvo eres, encuentro una dedicatoria críptica que reza así: “Después de tres polvos”. Desconozco si el objeto de tan sutiles palabras no sería dejar memoria metaliteraria a un/a amante de una noche olímpica. A continuación, entre tenderete y tenderete, me topo con X.K. Éste me interroga acerca de qué me ha parecido el correo que me ha enviado donde ha literaturizado su deseo (Olía a sudor y gasoil y estaba conducido por un enjuto hombre sin edad. En el asiento de atrás, sudorosos y jadeantes por la lluvia y las prisas, ambos miraban impacientes las calles inacabables por el cine de la luna del vehículo, empapados por la fina lluvia que antes caló sus huesos, pero no hizo más que clarificar sus ideas y buscar sitio para dar fin a sus almacenes de adrenalina [sic y el subrayado es mío, claro]).

Abandono como puedo el mundo lujurioso de los libros usados y la literatura sicalíptica amateur. Encamino mi sombra hacia una librería de precios etiquetados y volúmenes sin dedicar. Pero de nuevo me sobreviene el mundo del deseo. Es ahora un ex-vecino que me pide información sobre un título espeluznante: El hombre multiorgásmico. Ante mi nulo conocimiento sobre tamaña obra literaria, el hombre sube a “la planta correspondiente” (si es que la hubiera) mientras yo quedo expurgando los anaqueles de literatura erótica, solo, desvalido y sospechando que el grueso de los encuentros no es otra cosa que una luminosa señal en la noche. Ustedes ya se imaginarán: mucho Sade, las once mil vergas de Apollinaire, los Coños de Pradita, los Trópicos de Miller, etc. Entre tanto título, si no leído al menos conocido, brotó un libro de Alfred Jarry llamado El supermacho. A continuación vi que el señor que subió a la búsqueda del librito de marras bajaba ufano con algo extraño en las manos. Quise que no me viera, que me dejara huérfano de sus saberes en materia de literatura de autoayuda sexual, pero fue imposible. El muy canalla me soltó que no había encontrado lo que quería (lo dejaba pedido), sin embargo, en el vagabundeo lúbrico había dado con un audio-libro que haría las delicias de su mp3 durante las próximas semanas y que, además, no le resultaría tan enojoso puesto que no tendría que leerlo, sino escucharlo. Mi pudor me impide colocar aquí el nombre de esta obra. Léanlo ustedes en la foto que acompaña a estas palabras. Yo, como no puede ser de otra forma, me voy a la cama. Ciao a tutti.

Para otro día o para ustedes mismos dejo el comentario del gesto ufano de Barbara Keesling.

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