lunes, 18 de julio de 2011

Música negra (fritangas recuperadas)

He tenido la oportunidad, gracias a esta bendita red, de ver un milagro, una joya que llevaba años buscando y que nunca confié en poder admirar: St.Louis Blues, protagonizado por Bessie Smith en el papel de prostituta del sur (como era normal para muchas mujeres negras de la época; véase el caso de Billie Holiday). Supe de su existencia gracias a la lectura de La Consagración de la Primavera de Alejo Carpentier. Éste asistió a su proyección en el París de comienzos de los años treinta, cuando Lutecia se había convertido en la cuna de lo que luego sería, mal que le pese al señor Trueba, el latin jazz, gracias al encuentro de los músicos negros que se quedaron en Europa después de la 1ª Guerra Mundial y los músicos cubanos que desembarcaron en la ciudad con unos ritmos que terminarían por desbancar al tango, tan exitoso en los años veinte.

Si tienen, justamente, ocho minutos y medio (sólo para amantes de la buena música o las rarezas cinematográficas), el documento les reportara un beneficio inmenso, además de darles la oportunidad de ser testigos de una muestra de lo que la música negra iba a aportar al siglo XX. En una progresión de ritmos y estilos verán a “la reina del blues”, Bessie Smith, arrancarse por el famoso blues de Handy acodada en una barra; luego, dentro de un ambiente de irrealidad teatral, los que asisten al espectáculo (el coro de “Hall Johnson”) comienzan a acompañar soberbiamente, en clave de gospel, a la voz ronca de la protagonista; a continuación, una banda de jazz (la orquesta de Fletcher Henderson) se marca un endiablado rag-time al que adereza con su baile un virtuoso del claqué, chulo de Bessie, que le roba el dinero que ésta ha ganado. De manera expresa, mientras que el bailarín sale de escena, la orquesta toca unos compases del Raphsody in blue de Gershwin, músico deudor de la música afroamericana. Para terminar, la cantante cierra la cinta con las últimas estrofas del blues inicial.

En todo ello encuentro un gran poder de concentración, tanto narrativa como musicalmente hablando. Carpentier, después de ver este testimonio único, allá por el año treinta y uno, afirmó que los ritmos africanos coparían la danza y la música del siglo. No se equivocó.

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