martes, 12 de julio de 2011

Literatura y adulterio (fritangas recuperadas)

Un día el maestro Nabokov plantó esta cita entre las páginas de unos de sus libros escritos en el exilio berlinés: “El adulterio es el elemento básico del comadreo, de la poesía romántica, de las anécdotas divertidas y de las óperas famosas”. La novela se llamó en ruso Kamera obscura Sovremennye Zapiski; en la traducción al inglés del propio autor, Laughter in the dark; en español la pueden encontrar ustedes como Risa en la oscuridad (Compactos Anagrama, 6 eurazos de nada). En ella se cuenta la historia del clásico triángulo amoroso, aunque un ingrediente cruel entre la masa sazonada de estas vidas lo colorea: el engañado es ciego. Albinus “vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable y feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante más joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre”. Estas son las palabras que encabezan el relato y que, en suma, muestran el hilo argumental de la historia. El personaje principal, después de abandonar a su mujer por otra, es víctima de un accidente automovilístico donde pierde la vista. A continuación, será recluido por su joven amante en una casa suiza para que repose. Al mismo tiempo, el amante de ella vive en la casa de incógnito y de manera casi fantasmal: comparte la mesa con el convaleciente y la joven; pasea desnudo por la casa mientras que Albinus está en ella; molesta con briznas de hierba el rostro dormido del invidente; y cohabita nocturnalmente con la chica, a la par que el engañado husmea risas y gemidos en la oscuridad de su mundo. Pura perversidad.
Muchos de los que han leído poco (o nada) a Vladimir Nabokov lo acusan precisamente de eso, de perverso. Aún recuerdo a una compañera de historia que un día, cuando le pregunté si le había gustado Lolita, me contestó con un “Nabokov es un viejo repugnante”. Confusiones aparte (mezclar a Conan Doyle con Holmes no es aconsejable), a la vista está que el cerebro del escritor ruso podía crear situaciones insanas a ojos de lectores poco dados a malabarismos morales.
Pienso que la modernidad nabokoviana de estas novelas reside en que el adulterio (tema recurrente en el XIX y el XX) está tratado desde una perspectiva que incluye patologías psíquicas ancestrales vivas aún hoy. La perversión sexual tiene como glorioso representante a Donatien Alphonse François, Marqués de Sade, visionario inconsciente de todo lo que se nos venía encima. La combinación de adulterio y perversidad no sólo ha dado al mundo gran literatura, sino que ha posibilitado la aparición de espacios subterráneos a los que se accede con una clave y una tarjeta Visa. En París, capital de la República Mundial de las Letras (Pascale Casanova dixit), existen 900 locales de intercambio de pareja; 276 de ellos son de ambiente, por decirlo de alguna manera, festivamente sadomasoquista. G. (“Y sólo yo escapé para contártelo”. Job 1, 17) baja a los infiernos fines de semana alternos del mes. De Virgilio hace P., abogado parisino reputado, casado y con dos amantes más. G. lo ama inexplicablemente. Me pintó un paisaje de techos altos, cuerpos aletargados sobre otros cuerpos, corredores repletos de habitaciones donde unos miran lo que otros fornican. Manos extrañas recorren la piel de G., pero ella no pierde de vista a su amor, que aletea entre una oscilación de miembros nerviosos.
Nabokov siempre encabezó sus novelas con una dedicatoria breve: A Véra. Calculo que mi amado Vladimiro engañó 17 veces a su mujer. Es el número caprichoso de las novelas que brindó a la humanidad.
Quien esté libre de pecado, que tire la primera novela.

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