El tipo de la foto, un grupo de individuos que firman el
magazine británico
The Chap y mi gran amigo Víctor Erwing han hecho que Fritanga haya rescatado ropa deportiva y se haya tirado a la calle a pedalear durante una hora. El invierno social ha provocado que el abdomen se expanda hacia los cuatro puntos
gordinales y que la inaugurada primavera imponga la dictadura de las camisas planchadas (ya no vale sólo el cuello y los puños) y el cuerpo más o menos decente, tanto como para no tener que optar por la moda hawaiana en el vestir.
El hombre que os mira es
Don Draper, director creativo de Sterling Cooper en la serie
Madmen. Su elegancia me tiene plantado en el sillón desde hace tres temporadas. Sus planteamientos morales no son de lo mejor que uno se pueda echar a la cara: egoísta, engreído, tendencioso, mujeriego, pagado de sí mismo y con todas esas virtuosas inmoralidades que cualquier hombre desearía atrapar durante unos segundos alguna vez en la vida. Pero los trajes le quedan de miedo. Una mañana me sorprendí escribiendo en un papel “Cómo ser Don Draper” y colocando aleatoriamente esas palabras de vocabulario endocrinológico justo debajo: pan, cerveza, azúcar, bollería, encurtidos, fritanga, etc.
Los chaps son un regalo de la Red: propietarios de una revista y una forma de ver el mundo que dejan clara en su primer Manifesto, invitan a la vuelta a la elegancia británica de entreguerras en un sentido lato de la palabra. Dentro de unas líneas les dejaré leer este fabuloso documento (traducido por cortesía de otro gran amigo: Javier).
Pero sigamos. Por último, os presento al más cercano y expeditivo de todos ellos: el puertorriqueño Víctor Erwing. Una noche caribeña, sentados en la barra de Hilton de El Viejo San Juan mientras escuchábamos un trío de jazz, me dijo algo certísimo: “Mijo, los goldos no compran nunca ropa: siempre piensan que van a bajal todas esas libritas que les sobran”.
Y así andamos. Evidentemente no me da el sueldo para dondrapearme ni para hacer pedidos a U.K. (vean la tienda en línea de los chaps). Cierto es que mi guardaropa lleva unas cuantas primaveras sin ver nada nuevo. Así que he ahí que pretendo dejar de lado el estilo tinaja en camiseta y acercarme a un decente puesto en el ranking de los señores aceptablemente vestidos. Me quedan aún 10 kilos.
Bueno, fritangas, lo prometido es deuda. Os dejo el alucinante Manifesto de esos muchachos escapados de una novela de Evelyn Waugh. Que lo disfruten:
La sociedad ha caído enferma, algún terrible mal aqueja su alma. Nos hemos convertido en juguetes de las multinacionales que intentan convertir nuestro mundo en un recinto de consumo pantagruélico. La amabilidad y los buenos modales están pasando a ser denostados como elementos efímeros de una época que se va, una era en la que los hombres se quitaban el sombrero ante las damas y se podía contar con los niños para que cuidaran nuestro Jack Russell mientra tomábamos una suave y amarga cerveza tostada en el bar del pueblo.
En estos días vivimos en un mundo donde los chicos son enormes criaturas con capucha, que merodean en la oscuridad. El bar del pueblo lo ha adquirido una cadena comercial cuya especialidad es la cerveza lager, que no tiene otra función que irritar nuestro sistema nervioso. Ni que decir tiene, el Jack Russell ya no estaría allí cuando volviéramos.
El Chap propone tomar partido contra esta oleada de vulgaridad. Debemos enseñar a nuestros chicos que las cosas por las que merece la pena luchar no son las últimas zapatillas deportivas de plástico sino un un buen par de brillantes brogues. Tenemos que alejarlos de los cubatas de garrafón y enseñarles a preparar un buen Martini. Que nuestros jóvenes no se avergüencen de sus panzas fofas, esas que intentan ocultar bajo un chándal de nylon; les demostraremos que un buen traje a medida puede disimular el más vergonzante de los cuerpos. Finalmente, aprovechemos la inclinación de los jóvenes hacia la jerga malsonante y cambiemos sus inglés macarrónico de ghetto por agudas e ingeniosas palabras.
Ya es hora de que los Chaps y las Chapettes de todo pelaje se levanten y se hagan notar. Pero no temáis, lánguidos y ociosos: nuestra revolución no se basa en levantarse temprano y en hacer grandes esfuerzos, sino en un mero levantar la ceja por encima del monóculo, pedir una copa de Oporto en el All Bar One, en llevar una elegante chaqueta de punto en nuestra visita al corredor de apuestas. En otras palabras, una revolución de señorío. Asombraremos a las masas con la raya de nuestro pantalón, con la que se podría cortar una hoja de papel; con sombreros con la caída justa como para parar el tráfico; y rechazando esas sustancias acuosas que se nos endosan por parte de cadenas de bares sin rostro. Pondremos de rodillas al poder, que nos implorará un consejo sobre el bien vestir y un sorbito de nuestra petaca.