domingo, 3 de abril de 2011

Desapariciones y prodigios japoneses (sábado 2 de abril)

Hoy bajé a la City temprano. Las librerías estaban bostezando aún cuando el empleado de unos grandes almacenes comerciales me entregaba el acta de defunción de la editorial Quinteto (corran los amantes de Sándor Márai a comprar a precios de siglo XX sus títulos). Andaba buscando Los perros ladran de Truman Capote, que alguno de mis colegas habrá tomado prestado sin dejar prenda ni paradero del volumen que ahora me hace falta. “Se oyen las musas”, un largo reportaje que Capote le dedicó a la compañía de ópera Everyman en el año 55 para dar testimonio del paso por la URSS de un elenco de artistas negros que ponía en escena el Porgy and Bess de Gershwin es lo que necesito ahora. Si alguno de mis lectores se reconoce como beneficiario de la obra, que me la haga llegar amistosamente a pie de barra y no se hable más.

Seguí caminando de vuelta a casa. Constaté que las VIII Jornadas de Rol y Estrategia inundarían la Alameda de Hércules de los predecibles muchachos feblemente amostachados. Más tarde  he llegado a saber (gracias a la información de una amazónica joven aficionada a la cultura japonesa) que  también hoy  se estaría desarrollando el Salón del Manga (IV edición) en el Casino de la Exposición. A ello he de sumar la desasosegante noticia de que en un pueblo de Córdoba unos treintañeros se unirán en matrimonio próximamente acompañados de unos asistentes disfrazados (esa es la condición) de personajes Star War. Cuando un colega de trabajo hace unas semanas me dijo que se casaría vestido de romano, pensaba que el mundo estaba llegando a su fin. Ante tal afirmación, esperé que algún músculo de su rostro se moviera para dar  testimonio de la broma. Impasible el ademán. Es más, me dijo que, gracias a la crisis, una productora de peplums estaba saldando sus fondos y que podría casarse con el rango de centurión.

De vuelta de paseo, con el mal sabor de boca por no poder leer a Capote, saber que la ciudad se transformaría hoy en un sucedáneo de carnaval y barruntando de qué demonios iría vestida la contrayente del centurión, me paré a comprar en el mercado. Un periodista de RNE me advirtió de que el pescado de la plaza de abastos era malo, que tendría que andar unas cuantas manzanas para poder comprar el atún que degluten los padres del Manga. Tan cerca y tan lejos. Es más fácil disfrazarse de Doraemon que comer atún de la tierra. En fin, corto y cierro. Aún me da tiempo de rescatar mis puños de Mazinger (50 tapas de Danone y 20 pavos, años 80) para desfilar en una sección que yo mismo inauguraré: el Manga vintage. Nos estamos viendo, güein.

2 comentarios:

  1. Grande, Manolo! El hombre sin móvil, el Astérix anti-flamenco, el rockero imposible de ver en directo. Muchos somos los que te seguimos y aprendemos de tu prosa.

    Un saludo desde el techo de Notre Dame!

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  2. Confieso que el libro de Truman lo tiene quien esto escribe, pero si no recuerda el nombre del interfecto es que no merece que se lo devuelva. Además, si lo quiere de regreso, tendrá que ganarselo...quienes oreamos todos los días la freiduría y dejamos flores frescas sobre las mesas vacías, no nos vamos a conformar con un par de raciones bien sazonadas de limón y sal...larga vida a fritanga, alimento para diletantes callejeros...

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