sábado, 27 de noviembre de 2021

Coro in Wonderland

  


“El efecto lata de mortadela”, del que ya he escrito en alguna ocasión, no es más que la metáfora burda de la expulsión contemporánea del Paraíso. La explicación es de un sutileza sonrojante: introduzca el puño cerrado por la base contraria a la boca de la lata (turismo de masas); empuje con denuedo y sin pausa (vuelos baratos, airbnb, hoteles a mansalva, oferta hostelera en casi todos los bajos del centro…); y una apetitosa barra de mortadela aparecerá por el lado abierto para la ocasión (los habitantes naturales de la ciudad expulsados). Esta “mortadela” saliente va habitando poco a poco los nuevos anillos urbanizados del infierno, los cuales aparecen como una mancha de aceite que se expande por el plano del extrarradio. Aquí hablamos de vivienda, pero ¿qué decimos si nos referimos a la ocupación de espacios de esparcimiento que han sido tomados por los visitantes eventuales, dando lugar a que los lugareños también se tengan que expandir-esparcir hacia más allá de sus fronteras para encontrar un lugar de tranquilidad que ya no ofrecen sus propias ciudades?



 

Hoy fuimos a Cortelazor, pueblo de la Sierra de Aracena que no llega a 400 habitantes en su día a día. Creo que sería alrededor de 1989 cuando llegué allí de la mano de un anfitrión y un amigo maravilloso: el señor Vázquez. Él nos abrió las puertas del pueblo de sus padres y nos presentó como camaradas a los naturales. Mucho alcohol, mucho buen jamón y mucho cachondeo se ha trasegado por estas calles. El fruto de todos estos años acudiendo a las fiestas del lugar ha sido la amistad con algunos de los que allí aún quedan. Coro y Jesús, su marido, son de esas amistades. Si algo tienen los de Cortelazor es el sentido de la hospitalidad. Puedo decir que su bondad, su falta de prejuicios y una particular manera de ser cosmopolitas sin necesitar mucho mundo para ello es marca de la villa. Este sábado en la plaza hemos degustado los manjares de Eligio mientras que nos contaban cómo la afluencia de gente de fuera abarrota el pueblo los fines de semana. Ellos no lo dicen, pero nosotros sí que vemos la manera en que el idílico anonimato de este sitio va desapareciendo en detrimento de su esencia y de su tranquilidad. Las rutas que apenas solo conocían los que allí habitan, una especie de patrimonio natural resguardado de la voracidad del turismo de fin de semana, se consume por la masa guiada por la publicidad de las redes sociales y los vídeos colgados en youtube. Coro y Jesús no se quejan; también he de suponer que algo de beneficio traerá todo ello a la zona.



A la salida hacia la carretera general vemos unas pintadas alusivas a la construcción de una vía rápida. “No a la vía rápida”. Un desastre ecológico se cierne sobre la belleza de este paisaje. La rapidez se aviene mal con estos lugares. La velocidad tecnológica está filtrándose en proyectos que no la necesitan. Esa rapidez que lo copa todo en nuestro día a día ha de mantenerse alejada de ciertos espacios. Me pregunto si los de allí la querrán. Habría que preguntarles a ellos antes que a los empresarios que moverán sus mercancías (incluidos en ellas los humanos) en la mitad del tiempo que lo hacen ahora. Menos tiempo; más ganancia, más gente, más riqueza (¿de qué tipo?). El dominguerismo hace que incluso se organicen brigadas locales para frenar a las hordas que pillan las castañas de fincas particulares (“rápidamente”). Razias de fin de semana que van asolando la riqueza espiritual y material de aquellas tierras. Ojalá no se nos vaya la oportunidad de preservar la belleza de por allá. Ojalá nos queden muchos años de ir a ver a los amigos, con tranquilidad y sin vías rápidas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario