sábado, 6 de noviembre de 2021

La ciudad de noviembre y lo que vendrá

 




La ciudad comienza a abrigarse y a buscar el sol. El Metro advierte que a partir del 8 de noviembre no se permitirá la entrada de bicicleta ni patines en los vagones durante las horas punta. Paseamos por la ciudad que está en un tris de ser absorbida por la pre-Navidad comercial. Afloran tiendas por las esquinas y chaflanes más deseados. La triada harina-azúcar-plástico se permite pagar los altos alquileres de los locales que ocupan. Vender fruslerías y versiones materiales de la nada (comestibles o “vestibles”) resulta un negocio bastante lucrativo. Bollería caramelizada, helados, gafas, carcasas de móviles, recuerdos de la ciudad manufacturados en Oriente, donuts, chucherías a espuertas ofrecidas en barreños de cristal, etc. son los reclamos del ahora. La traducción del tridente harina-azúcar-plástico no presenta mucha dificultad: engorde-excitación-efimeridad vacua. Todo ello engalanado por una iluminación que este año habría que pensarse si el no ponerla no sería un claro posicionamiento contra una de las injusticias sociales que con más indolencia se está aceptando por parte de todos. Las eléctricas se suman a la orgía secreta de ganar dinero ante la ausencia de revolución popular, aunque fuera únicamente en su versión “light” de salir a tocar cacerolas o a apagar la luz a una hora determinada.

Hay una urgencia que nos acucia y que no es otra que pararnos a mirar la que está cayendo, pero el velo para no verlo se está aceptando con alegría. “¿Qué quiere usted que haga, señor Fritanga? ¿Me compro una finca y cabo un huerto? ¿No le parece demasiado exigente y apartado de la realidad lo que usted propone? ¿Y si la felicidad estuviera en todo lo que usted no ve?” No sabría qué responder ante esta batería de preguntas lícitas. Solo veo que el personal vuelve a casa y, después de las ubicuas micro-pantallas de nuestros dispositivos móviles, el plasma aborta cualquier posibilidad de ver el mundo real sin filtro. El miedo pandémico y las catástrofes energéticas y humanas se diluyen en la ficción bien hilada de Netflix y HBO a través de las grandes pantallas y en la auto-ficción maquillada de las pequeñas. Y así vamos, bogando irremisiblemente hacia la Nada.

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