lunes, 8 de noviembre de 2021

Sin jóvenes en la sala


Hay hombre sentado al fondo del escenario abrigado por los focos. Porta un tridente en forma de saxo tenor, como un Neptuno varado. Es Joe Lovano. Acompaña a los músicos polacos que conforman el Marcin Wasileski Trio. El viernes tuve ocasión de oír la manera en que las tradiciones musicales de Europa y EE.UU. se unen en este cuarteto de artistas. Wasileski me dio la impresión de venir de las melodías de los grandes salones de finales del XIX, contrapunteadas con una sección rítmica bien ajustada a sus juegos. Jazz de precisión austro-húngara compensado por las evoluciones en la escala negra de un Lovano que, anciano, ya venía de servirse unas cuantas copas de vino de Rueda antes de subir al escenario, tal como pudimos ver mis amigos Mercedes, Joaquín y el que esto escribe. El momento que hizo vibrar a la concurrencia se dio cuando el polaco se acercó al terco boogie-boogie que marcaba Lovano y su tradición, tensando así el milagroso hilo que une el Viejo Continente con África y con Estados Unidos. Concierto correcto que, al acabar, nos llevó de nuevo al bar y a una “jam session” en la que comparecieron músicos locales con ganas de montar una buena fiesta, como así fue.

Cuento todo esto para llamar la atención sobre un hecho que da la medida de hacia dónde nos dirigimos: no había apenas jóvenes entre los asistentes al concierto. Como si de una misa se tratara, sólo asistían personas mayores a él. Recuerdo que cuando era universitario existían en la ciudad ciclos de música a los que acudíamos con verdadero interés, como si se nos fuera a manifestar un saber oculto en el patio de butacas. Eran los tiempos del "New Age" musical que traían a Sevilla a Mertens, Nyman o Vitale, entre muchos otros, los cuales nos podían gustar más o menos, pero que duda cabe de que asistías a algo que nos sacaba de la grisura de la música de la radio-fórmula y nos ofrecía otros paisajes musicales. Eran los tiempos de aquel Ramón Trecet que nos había dado jarabe del bueno con su programa de basket “Cerca de las estrellas” los viernes de madrugada y ahora nos daba canela fina en Radio 3. Con su ya habitual “buscad la belleza” cerraba el programa, convocando a unos cuantos a que nos tiráramos a la calle, efectivamente, buscándola. Algunos podemos decir que somos hijos de Trecet. Aún nos quedará algo de ese afán de buscar lo bello entre las nuevas formas de fealdad. Que no haya jóvenes en estos conciertos de ahora es una mala noticia, pues el jazz es una manifestación cultural exigente (como lo puede ser la música barroca o cualquier fruto proveniente de un arte verdadero), que requiere de una actitud determinada ante el mundo. No me refiero a una actitud elitista, sino de pregunta, de búsqueda, de incluir otras sensaciones que supongan un salvavidas para lo repetitivo y lo previsible. Los viejos vamos a estas cosas como el que sueña con volver a sentir aquello oscuro o luminoso que  un día se le presentó, casi sin avisar, en forma de música, película, paisaje, amistad o, por qué no, amor. Pienso que urge introducir una asignatura de historia de la música del siglo XX en los centros de enseñanza. Mostrar la tradición y la forma en que esta evoluciona puede hacer que veamos a algunos jóvenes dejándose caer por los conciertos. Por citar un caso de desculturación general, el otro día me decía un primo que, en el máster al que asiste sobre escenografía, nadie sabía entre los jóvenes matriculados quién era Jimi Hendrix.

Ahora que tanto ha dado que hablar el bono cultural (pienso que innecesario si no se replantea), yo lo daría con 10 pestañas troqueladas y con el “producto cultural” (tremendo término) ya establecido en cada una de ellas. En él colocaría, entre el jazz, la música clásica, la ópera, los libros, los mangas, los conciertos de reguetón y los discos, una pestaña para un espectáculo taurino, pues no hay nada mejor que la experiencia personal para sacar conclusiones sin necesidad de que te guíen otros. Teatros, salas de conciertos y plazas de toros no son la misma cosa. La tradición trae aires antiguos de Nueva Orleans al jazz de hoy, así como la tradición hace pensar que conservar los cosos taurinos abiertos es un derecho. El reguetón mata el gusto; el torero hace lo propio con los morlacos. Los prejuicios matan la reflexión. Cuídense de ellos y escuchen buena música.


4 comentarios:

  1. En los conciertos de R'n'R tampoco hay jóvenes. Van de Trap, Reguetón y otras mieles similares.




    ResponderEliminar
  2. Trecet también comentaba los partidos del 5 naciones a finales de los 80 principios de los 90. Su mítico "Escocia está llamamdo a las puertas de Gales" forma parte del imaginario común de los rugbieres de mi época. Memorable fue también su retransmisión del partido contra Portugal que llevó a la selección nacional a su (hasta la fecha) única participación en una copa del mundo. Benditos hijos de Trecet... Un abrazo Manolín. Sigue por aquí que esto es la Arcadia, y el gigante azul un mojón de pato. No desfallezcas.

    ResponderEliminar