Al caer la tarde florecieron telescopios de diferentes calibres en un parque cercano a casa. Hombres de mediana edad y gafas se iban apostando poco a poco tras las lentes a la espera de que el sol terminara muriendo. Atardecer de un Malibú otoñal escupiendo rojos al cielo. Perder un día de estos ocasos es perder un poco la vida. Es más que probable que estos astrónomos de fin de semana tengan que soplar nubes para ver algo esta noche.
El día fue jugoso en vistas de la ciudad. Bajé con los niños en metro a comprar cuadernos de hoja de bambú con gomilla en el Tiger. “Ya no las hacemos”, me dijo una joven en el mostrador. Una lástima, pues en ellas se toman unas notas fabulosas. Iniciamos la marcha hacia el centro. Riadas de optimistas enfilaban el puente. Una caseta de un partido ultraderechista daba propaganda y manos a los que pasaban por delante. “¿Qué es eso, papá?”. “Una fiesta, hijo”. “Pero es muy pequeña, ¿no?”. No dije nada. Lo que pensé me lo quedé para mis adentros. Una réplica de la Nao Victoria se dejaba visitar por padres y vástagos. Llevar el carrito con mi hija me aseguraba al menos no poder subir a la embarcación. Luego cruzamos la avenida, no sin antes aguardar a que el semáforo delante de la plaza de toros se abriera. Unos segundos me bastaron para ver aquella anacronía como nunca antes. Un edificio de corte neoclásico hecho a finales del XIX con una rotulación (“taquillas”) que me llevaba (supongo que de manera prejuiciosa) directamente a la dictadura del general Franco. Esperé a que mi hijo me preguntara qué era eso, pero no lo hizo. Es difícil responder a ciertas cuestiones. Luego “el sambódromo” de la ciudad (avenida de la Constitución en la que toman cuerpo manifestaciones diversas y acordadas) servía para que los compañeros de la Escuela Pública y de Calidad gritaran sus consignas, dirigidos por voces monocordes y previsibles. Me horrorizó oírlas, pues muchas pecaban de un mal gusto evidente (hay niños en la calle cuando te manifiestas) y otras eran como mantras del ayer que seguían teniendo vigencia a fuerza de no reflexionar al respecto. Difiero sobre la idea de la escuela laica porque sí, por ejemplo. La desespiritualización del mundo es más que evidente. Esto no es más que la punta del iceberg que supone la capitalización de la vida. Tal situación será más llevadera para unos que para otros; sin embargo, entiendo que la cultura religiosa (no meramente católica) ha de estar presente en la formación de cualquier ser humano. La escuela está llena de ideología subyacente para que ahora me cuenten eso de “sí, pero que la religión se la den sus padres en casa o que vayan a la iglesia”. Su erradicación del currículum no permite elegir a las familias. El hecho trascendental de lo espiritual ya hace tiempo que quedó lejos, pero, cuando le pregunto a mis alumnos de literatura universal acerca de algunos detalles de la cultura bíblica se quedan “in albis”. Ya he hablado de esto aquí, pero Caín y Abel, la Torre de Babel, las tribulaciones de Job, las tres negaciones de Pedro, entre otras, son fundamento necesario para entender muchas cosas de la asignatura y, tal vez, de la vida. Es probable que esto suene raro en alguien que no da la mano al partido ultraderechista de la “fiesta” del puente ni saluda la tauromaquia como un bien de interés cultural. La triada ideológica es patrimonio de algunos, aunque se equivocan los que piensan que Ultraderechismo-Toros-Religión en la escuela son vértices inseparables. Descarto los dos primeros por una cuestión de consciencia como no descarto el tercero por lo mismo. En fin…
Baile, toque y palmas de subsistencia en tablaos callejeros. Vimos dos. Una bailaora era japonesa y otra hispana. El cante y el toque eran locales. Ambas se retorcían con un arte impostado y mecánico que hacía las delicias del personal. Parque de María Luisa: el género fotográfico del matrimonio sudamericano entre la vegetación es un auténtico “hit”. Parejas tulladitas posan de manera bochornosa, con arrumacos y besos de tórtolas. Me divierte ver estas estampas de inocencia pueril. Uno ya no está para cuentos de hadas y sabe que, detrás de tanto amor, siempre acecha el tigre de la monotonía y el desencanto. Vean, si no lo han hecho ya, qué bien lo cuenta Vinterberg en “Otra ronda”. Vuelta de paseo. Subimos en un metro que en la otra dirección iba lleno de optimistas. La mañana fue maravillosa. He de suponer que a estas horas los buscadores de estrellas están volviendo a casa. No saben que el mediodía tiene también sus fenómenos galácticos.
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