domingo, 17 de octubre de 2021

Pensando en Safo con Handel de fondo

 


 https://www.youtube.com/watch?v=6O-j0NDsOoA 

Suena Handel en esta mañana de domingo. Una concesión momentánea de Rosa León, sus canciones infantiles y mis hijos. El largo de “Xerxes” acompaña mi visión de los cientos de estelas que cicatrizan el cielo azul. Los niños juegan entre ellos a las cabañas bajo la mesa del comedor y al teatrillo de “peligros y ayudas”. Esta música sublime suspende el alma. Handel tiene un especial talento para ponderar lo íntimo dentro de lo épico, y esa cualidad te deja exhausto en la audición de su música. Le doy un sorbo a la taza de infusión y dibujo mentalmente la clase de mañana en la que habrá que comenzar con la lírica griega y esta reflexión me viene al pelo.


La épica nace a pie de las murallas y en el campo de batalla. Es una literatura escrita para crear un sentimiento de pertenencia a la comunidad, al pueblo por el cual guerrearás hasta la muerte. Es el grito y el viento, el relámpago y los tambores resonantes, la ola y el águila que se cierne. En cambio, la lírica se escribe en la ciudadela (mientras afuera, al fondo, se oyen los clamores de la batalla). Surge de lo íntimo y del sentido de la individualidad. Ya no es el pueblo, sino algo (paradójicamente) más grandioso: la voz de un Yo que se busca hacia el interior de su ser. La lírica, pues, es el susurro y la brisa, el candil y la vela, las gotas de rocío en la mañana sobre las que suena el canto de un jilguero. Lo más curioso es que Homero, al igual que Handel con su música, tenía un sentido de íntimo lirismo cuando colocaba a sus personajes ante sus miserias y sus sueños.


Mañana resucitaremos a Safo de entre las nieblas del tiempo. De nuevo, como un milagro, nos llegará su voz a los pies de nuestras vidas, tan similares y tan distintas. Me acuerdo de que una vez leí que a la poeta Anne Carson le cambió la vida encontrarse con una edición bilingüe de la poesía de Safo: “Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó y me compré el libro. Al año siguiente destinaron a mi padre a otra ciudad igual de aburrida, pero lo que me salvó fue que en el instituto había una profesora de latín, una mujer excéntrica, que cuando supo de mi interés por aprender griego se ofreció a darme clases a la hora del almuerzo. Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad”. Ojalá que algunos de esos oídos adolescentes que se encontrarán mañana con la voz de Safo se topen con algo que les alumbre el día y algo más.



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