jueves, 28 de octubre de 2021

Un milagro en la cadencia de la tarde

 


Un inapreciable halo de niebla lo vela todo.
Salimos a buscar demasiado tarde el sol
y el ambiente barruntaba lluvias al fin.
Cogimos una granada del árbol.
La roja voluptuosidad había comenzado
a ser picada por los pájaros.

La luz irreal de los jardines al atardecer
nos da una apariencia de fotografía
suspendida en el tiempo.
Los ojos confunden luz con formas.
Es tan sencillo como no pedirle más al día;
tan solo este milagro en la cadencia de la tarde.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Arboricidios

 


Espejo del cielo, la Tierra muestra en su piel el futuro del Universo. Esta mañana vi de refilón (iba raudo y veloz a dejar a nuestra hija en el hogar maternal) dos excavadoras que con sus palas cometían un continuado arboricidio en una loma que mira hacia el bosque de ribera que ardió este verano. Reconozco que los árboles tardaron mucho en llegar a mi vida hasta convertirse en parte importante de ella. Ahora los observo con curiosidad y admiración adonde quiera que vaya. Verlos quemados o arrancados de raíz me produce una profunda desazón. He de suponer que todo responde  al programa de ultra-urbanización del que ya he hablado más de una vez. La expansión no reconoce espacios naturales ni paisajes. Todo muta hasta llegar a ser algo desconocido. El paisaje debería ser patrimonio cultural de los pueblos, así como el cielo (este último también está desapareciendo poco a poco).

Ayer me topé con un anuncio de la promoción de Nüwa, la primera ciudad habitada en Marte. La lectura del texto que acompaña al trabajo de infografía me dejó clavado a la pantalla durante un buen rato. Busqué información acerca de esta promoción marciana porque oí
por la radio a un tipo que está embarcado en el proyecto. Hablaba con una seguridad que daba miedo, puesto que su exposición versaba sobre una cuestión que supera el sentido común terrícola. Puestos a comparar el texto que intenta convencer a compradores en la Tierra de las nuevas urbanizaciones con el que hace lo equivalente entre los nuevos colonos de Marte, me quedo con el texto alucinante que ilustra una nueva forma de vida en la ciudad de Nüwa. Se aprecia donde hay trabajo y donde pura inercia. Lean si no:

AEDAS HOME (MAIRENA)

Nicea, en Mairena de Aljarafe tiene todo lo que necesites a tu alcance. Ubicada en una de las áreas más tranquilas de Mairena de Aljarafe en una zona en pleno desarrollo y con los principales servicios básicos como colegios, tiendas, centros comerciales y perfectamente conectadas con Sevilla.
En estos chalets adosados no te faltará  de nada. Y si eres de los que no quieren desconectar del todo del ambiente y bullicio de la capital, en tan solo 10 minutos podrás estar en el centro de la ciudad.

NÜWA (MARTE)

El paisaje es un elemento fundamental en Nüwa y sus ciudades hermanas. La ubicación en sí, poder vivir dentro de un acantilado, es una experiencia emocional poderosa. La integración de los edificios con el paisaje transforma la ciudad en un land-art, creando una identidad única para sus ciudadanos. Igualmente las artes serán una parte fundamental de la Sociedad en Nüwa. Cada macro edificio incluye Art-Domes para animar e inspirar a los ciudadanos. Las instalaciones recreativas involucrarían a los ciudadanos en actividades físicas como deportes, juegos y entrenamiento físico, actividades sociales, camping y actividades artesanales.

Para llegar desde la Tierra a Marte, debería funcionar un servicio de lanzadera regular, con ventanas de lanzamiento que se abrirían cada 26 meses aproximadamente y que durarían entre uno y tres meses. Para los colonos, un billete de Marte tendrá un precio aproximado de $300.000, e incluiría: un viaje de ida, una unidad residencial (~25-35 m2/persona), acceso completo a instalaciones comunes, todos los servicios de soporte vital y comida y un contrato de trabajo vinculante para dedicar entre el 60% y el 80% de su tiempo de trabajo a las tareas asignadas por la ciudad.

Nüwa y las ciudades adyacentes absorben la población de manera exponencial. Después de un corto período inicial de inversión de capital y suministro desde la Tierra, este desarrollo urbano en Marte se mantiene y crece por sus propios medios y de manera sostenible. Todos los materiales necesarios para construir la ciudad se obtienen en Marte mediante el procesamiento de carbono y otros minerales.


La pobreza literaria de la empresa terrícola sonroja ante la desmedida verborrea de los promotores galácticos. La pregunta es de cajón y seguramente hará un rato que también ronda sus cabezas: ¿Qué coño se nos ha perdido en Marte? El pico de oro que hablaba por la radio diferenciaba entre "economía galáctica" y "economía planetaria". Me quedé igual que estaba, pero sí que pude extraer la conclusión de que el espacio se iba a convertir en un lugar de explotación de materias primas y de posicionamiento galáctico-estratégico. No en balde Nüwa es una diosa que corresponde a la mitología china, como si el tiempo del panteón olímpico greco-latino se hubiera extinguido para siempre y llegara la época de una nueva dimensión mitológica para nombrar nuevas realidades en el espacio (con la alegría de la potencia oriental china teniendo por fin cabida en el nomenclator espacial). 

Mañana volveré a pasar junto al páramo desforestado. Muy cerca, hasta no hace mucho, se veían y escuchaban los abejarucos introduciéndose veloces en sus nidos horadados en las paredes verticales de arena. El vuelo tornasolado era una ráfaga de colores que hendía el aire. Su paso alegraba el día. Ya no están, como tampoco estarán a estas horas los olivos que han sido desraizados violentamente (ni siquiera se barajó la posibilidad de transplantarlos) en el día de hoy.

No creo que dé con mis huesos en Marte y espero que los de mis hijos tampoco. Queda mucho por hacer aquí abajo. Al menos, en el Planeta Rojo no hay que tumbar arboledas; solo hay que crearlas.

martes, 26 de octubre de 2021

Continúa el "Efecto lata de mortadela"

 


La tarde se apaga por los andurriales en peligro de extinción. La energía de mi hijo nos lleva a cruzar los anillos del infierno urbanizado y salir al poco campo que va quedando. Es curioso observar de primera mano cómo las parcelas se van llenando de aceras fantasmas y farolas con paneles solares. Al fondo, de algún lugar remoto, se oye el relincho de un caballo, que parece que fuera un grito desesperado de un animal fantástico a punto de sucumbir a un mal desconocido. Una eclosión de promociones de viviendas (rectas, blancas, con grandes ventanales de negro-gastrobar, a pocos euros del medio millón) se replican silenciosamente. Una casita de venta muy estudiada emerge del páramo: interior de madera, coche híbrido aparcado en la puerta, chica rubia decidida y de una procacidad atemperada por las gafas de pasta y el pelo planchado, estantería con cuentos para niños de padres potencialmente compradores, anagrama de diseño en hierro forjado a la entrada y césped artificial.

Con este planteamiento, me pregunto cuánto nos queda de poder caminar por estos espacios. Ya comenté en fritangas anteriores que el “Efecto Mortadela en lata” condiciona la vida de los que vivimos al Este del Edén. La consagración de las ciudades a las hordas cretinizadas del turismo porque sí (una conocida estuvo este fin de semana un día y cuatro horas en Mallorca) expulsa poco a poco a los autóctonos del centro. Me sorprende ver de qué manera el mundo capitalino tradicional está aceptando tal designio. Pero el “Efecto Mortadela en lata” sigue su curso. Las consecuencias son fácilmente apreciables en una progresión que cualquier persona puede entender: la ciudad se convierte en mercancía consumible por medio de la oferta turística y hostelera desmedida; el espacio urbano de intercambio activo (la “virtud cívica” aristotélica) se va reduciendo, achicando, por efecto directo de los visitantes; el cansancio de sus habitantes los lleva a la resistencia numantina o a la huida al extrarradio. Se empuja la mortadela por la base de la lata y sale por arriba. Mortadela todos, nos vemos obligados a visitar los anillos exteriores de este infierno sobrevolado continuamente por los cetáceos de las low cost, deseosos de depositar a las nuevas hordas en los aeropuertos ampliados (el de Sevilla, como tantos otros, se encuentra en plena reestructuración).

Hace unas semanas vinieron a visitarnos unos amigos desde el centro de la ciudad. Lo habitual era que fuéramos nosotros a verlos, pues siempre era agradable caminar por las aceras, respirar el ambiente urbano y recordar nuestra vida de antaño en ese ambiente. No, ahora eran ellos los que buscaban algo de tranquilidad en los parques del extrarradio. 

 

Comienzo a notar que hay un interés pseudo-ecológico en recuperar vías verdes. Los fines de semana la gente se enfunda el maillot y sale a pedalear por caminos. En Compostela han abierto una ruta de montes. Siempre estuvieron ahí, pero ahora el ayuntamiento parece como si dirigiera a los vecinos hacia zonas externas para dejar libre el espacio urbano. La mortadela sigue emergiendo mientras que el jamón se lo comen otros. El problema estriba en que, de continuar esta tendencia, ¿cuándo parará la máquina de convertir el campo en nuevas ciudades? Para próximas fritangas dejo el tema de la  urbanización de Marte y quién está detrás de todo esto. Caminen por el campo mientras puedan, y viajen lo necesario y por motivos dignos. Los marcianos eran gente respetable hasta hace poco; ahora ninguno parece que salga a defender lo suyo.

sábado, 23 de octubre de 2021

Volar



Nuestra hija se acula en la acera y mira a un pájaro que se mueve con una rapidez prodigiosa. Se levanta y se vuelve a sentar en cuclillas para seguirlo de cerca. Las patitas negras se mueven a una velocidad de vértigo. El pájaro teme la presencia de la niña y camina en zigzag antes de iniciar el vuelo. Su huida es poco vistosa pero efectiva. Se trata de un aguzanieves, un ave que anuncia la llegada del frío. Aquí se prodigan poco; lograr ver uno supone una alegría para los melancólicos de las estaciones de interior. 


 

El ese frío se está haciendo de rogar. El cielo rosado moteado por el algodón alado del otoño presagiaba un día luminoso. Bajamos a la ciudad para hallarle un sentido al sábado. Bajamos con el abuelo, que no la conocía tras el cambio en el mundo. Todo se muestra como una fiesta en la calle: reatas de bicicletas que siguen a un guía que habla a través de audífonos, patinetes eléctricos que cruzan las aceras con hombres cincuentones de pieles tersas del norte de Europa, despedidas de solteras uniformadas, manifestaciones “por una sanidad pública y de calidad”… Todo mezclado sin un límite preciso. Una gran fritada en el perol de lo masivo. La chica gorda que pega la cara en el cristal de un Starbucks, mientras escribe compulsivamente en su cuaderno, parece como si quisiera recoger esta fiebre de la mañana de sábado. Una Casandra que no levanta los ojos del papel, poseída por el horror vacui que lo inspira todo y que ella convierte en palabras. Mi semejante, mi hermana.


En la Plaza de San Francisco tres aviones varados se mostraban a la concurrencia. Acompaña la exhibición aérea una exposición sobre la historia de la aviación en Sevilla en los bajos del ayuntamiento. Discreta y con pocos medios, recoge por medio de paneles, fotografías, maquetas y algo de tramoya los años de vuelos sobre la ciudad. Me sorprenden los anuncios del Zepelín por lo historiado de su habitáculo bajo el gran globo de hidrógeno. También la primacía belga en los primeros aviones que llegaban hasta aquí, casi bicicletas con alas y muy poco de fuselaje.


Salimos. Buscamos por las calles secundarias (casi no existen) un lugar donde tomar algo. Lo encontramos de milagro. Continuamos el camino de vuelta a casa por vías recónditas antaño; ahora son paso obligado de las hordas de fin de semana. Casi imperceptibles, se mostraban unos paneles con fotografías estonias callejeras de varias épocas al final de la avenida. Vemos en una de ellas el imponente zepelín cruzando las calles de Tallín. Jugamos a la foto-realidad con los niños sin que ellos se percaten. Las fotos que se muestran son el resultado. Estas instantáneas estonias tienen algo de encanto fantasmagórico, de inocencia ideal y sencilla, ajena a todo lo que vendrá con la Segunda Guerra Mundial. Las observamos en un intento silencioso de sentir lo que sienten los que, mudos, nos miran desde ellas. Pasto de las flores ya sus protagonistas, de sus blanquinegras realidades surge una música que aviva el corazón de los que aún hollamos la tierra. Volvemos a casa con los pequeños excitados por la visión de los aviones. Abren sus pequeños brazos y planean en la carrera por el parque. Los niños son los únicos seres que, sin alas, pueden volar de verdad.  

 



viernes, 22 de octubre de 2021

Mundo mutante

 


Un camión paraliza el tráfico. Ha quedado atrapado en el corazón circulatorio de la ciudad. El puente del V Centenario es una trampa estrecha y retardante que salva un Guadalquivir que comienza a ser excesivamente cortejado en sus orillas por naves de logística y abastecimiento. El camión está a diez kilómetros de donde circulo en dirección a las escuelas de mis hijos, pero siento su presencia sin saber qué es lo que ocurre. El corazón tiene las arterias estrechas y la sangre se adensa en las venas del extrarradio.

Por la tarde voy a mirar un coche. Por casualidad, llego puntual a la apertura del concesionario. Espero unos minutos. No llega nadie. La chica gorda de la recepción pasa por mi lado y no saluda. Lo hará estentórea y afectadamente cuando me vea entrar. Que qué quiero, me dice. “¿Ver un coche?. Los vendedores entran a las cinco”. Son las cinco y cinco. Un mecánico de la casa me invita a pasar a la exposición. Aparece un señor con zapatos de suela de goma flexible. Tras la mascareta veo unos ojos de años en el cordel inestable de la venta al público. Tiene un pelo peinado a cepillo con canas despistadas en la sienes. Le crece con fuerza aún. “El coche que usted quiere no existe; el turbo-diesel ha muerto”. Me siento como soldado de Aníbal Barca en Las Vegas. Tiene que ser un híbrido, pero la fábrica japonesa de componentes electrónicos ha salido ardiendo. “No tenemos piezas; ¿no ve las noticias?”. Hay que encontrar de nuevo el mineral (?) y volver a procesarlo. Si quiero el coche tengo que esperar seis meses como mínimo.

La luz sigue subiendo. La gente de mi barrio no cocina por vagancia o cansancio. Pronto será más barato seguir comprando comida para que te la traigan a casa que cocinar. El mundo engorda sin apenas percatarse de ello. La chica que nos ayuda en casa es aficionada habitual de las cañas de chocolate. La envidio por la alegría de vivir que desprende. Nada sabe de libros ni de lo que se dice cultura general. La caña de chocolate de las tardes la salva de los estragos de darse cuenta de que el mundo muta hacia algo que no se sabe muy bien qué es. Nos invita a que nos sumemos una tarde cualquiera a esta orgía despreocupada de azúcar. Seguramente vayamos un día a practicar la  sensación de estar vivos. Su abuela tiene 90 años y está ciega por la diabetes, pero eso no paraliza la marcha del mundo ni de las cañas.

Sigamos disfrutando de los días. A estas alturas el camión ya no estará allí. Seguirá el trajín circulatorio sin conciencia alguna de la parálisis de la mañana. Es mejor seguir comiendo cañas y moviéndonos en patinetes eléctricos. El mundo engorda. Tal vez demasiado.

Saltadores de vacíos

 


Uno va a por pan y se encuentra con un nombre: Elder Navacerrada. En un primer momento pienso que no puede ser real, que no hay nadie que se pueda llamar así fuera de una novela. Luego me dan más detalle y entiendo que sólo puede haber un tipo que se llame así y que se dedique a lo que se dedica. Elder es saltador de vacíos. Lo narra un tipo que lo conoce por compartir su afición al cielo con el tal Navacerrada. “Yo empecé con un zepelín cuando no había drones; luego me compré una avioneta, la dejé en mi campo para ver si venía alguien a arreglarla y me la robaron por piezas para chatarra”. Habla Manuel, panadero insigne con más de 300 años de masa madre en la sangre de su mujer. Los antepasados de ella fueron panaderos que regalaron sus saberes a los que vinieron detrás hasta llegar a ella y a Manuel. Para los que vivan por Mairena, pueden probar su arte en Aljareco, tienda de frutas, hortalizas y productos ecológicos a la entrada del mismo pueblo. Manuel llega y te cuenta que ha recuperado una receta con una harina perdida. Sea verdad o no, merece la pena oírlo. Siempre sorprende con su verbo ceceante.


Miro un vídeo de Elder saltando desde el puente del tajo Ronda. Sin avisar. Un salto doméstico que hiela la respiración a los que lo vemos en la pantalla. Al final de la grabación se oye a una mujer que pregunta si es un paracaidista (o no). Imagino la impresión de ver saltar a una sombra. Elder tiene el valor de los temerarios. Doble salto mortal y a comerse el vacío. Un par de segundos para abrir y tomar tierra. El dueño de Aljareco me confiesa, una vez se ha ido Manuel, que se muere por saltar. No comparto estas valentías posmodernas de 170 € el leñazo. Me marcho con mi hogaza de pan con 300 años de conocimientos en la miga. Lo máximo que saltaré hoy es una rebanada con aceite y tomate. El riesgo está en ponerle jamón o no. Feliz fin de semana.

martes, 19 de octubre de 2021

La piel


 

La madera ha comenzado a contraerse
antes de que los primeros copos
toquen su corteza llena de musgo seco.
El ciego silencio del bosque
emite un sonido sordo de inapreciables crujidos.

Cuando la nieve no está aún hollada,
a la espera de que algún animal hambriento
la ensucie en la búsqueda de un bocado,
tú duermes.

Tu piel también se contrae con el frío.
No conozco su tacto, pero lo siento.
La imagino recorrida por el agua y el deseo,
sujeta por la ropa invernal
con la que saldrás afuera
a husmear la mañana antes de ir al trabajo.

Hay quienes codician el verano
arropados en el recuerdo del sol reverberando en el mar.
Hay quien añora la posibilidad de una isla distante.
Hay quien, en las noches de invierno,
cruza la calle e intenta apagar la luz de las farolas
antes de volver a la cama.

domingo, 17 de octubre de 2021

Pensando en Safo con Handel de fondo

 


 https://www.youtube.com/watch?v=6O-j0NDsOoA 

Suena Handel en esta mañana de domingo. Una concesión momentánea de Rosa León, sus canciones infantiles y mis hijos. El largo de “Xerxes” acompaña mi visión de los cientos de estelas que cicatrizan el cielo azul. Los niños juegan entre ellos a las cabañas bajo la mesa del comedor y al teatrillo de “peligros y ayudas”. Esta música sublime suspende el alma. Handel tiene un especial talento para ponderar lo íntimo dentro de lo épico, y esa cualidad te deja exhausto en la audición de su música. Le doy un sorbo a la taza de infusión y dibujo mentalmente la clase de mañana en la que habrá que comenzar con la lírica griega y esta reflexión me viene al pelo.


La épica nace a pie de las murallas y en el campo de batalla. Es una literatura escrita para crear un sentimiento de pertenencia a la comunidad, al pueblo por el cual guerrearás hasta la muerte. Es el grito y el viento, el relámpago y los tambores resonantes, la ola y el águila que se cierne. En cambio, la lírica se escribe en la ciudadela (mientras afuera, al fondo, se oyen los clamores de la batalla). Surge de lo íntimo y del sentido de la individualidad. Ya no es el pueblo, sino algo (paradójicamente) más grandioso: la voz de un Yo que se busca hacia el interior de su ser. La lírica, pues, es el susurro y la brisa, el candil y la vela, las gotas de rocío en la mañana sobre las que suena el canto de un jilguero. Lo más curioso es que Homero, al igual que Handel con su música, tenía un sentido de íntimo lirismo cuando colocaba a sus personajes ante sus miserias y sus sueños.


Mañana resucitaremos a Safo de entre las nieblas del tiempo. De nuevo, como un milagro, nos llegará su voz a los pies de nuestras vidas, tan similares y tan distintas. Me acuerdo de que una vez leí que a la poeta Anne Carson le cambió la vida encontrarse con una edición bilingüe de la poesía de Safo: “Yo era una adolescente desafecta necesitada de estímulos. La visión de las dos páginas yuxtapuestas, una de ellas un texto impenetrable pero de gran belleza visual, me cautivó y me compré el libro. Al año siguiente destinaron a mi padre a otra ciudad igual de aburrida, pero lo que me salvó fue que en el instituto había una profesora de latín, una mujer excéntrica, que cuando supo de mi interés por aprender griego se ofreció a darme clases a la hora del almuerzo. Se llamaba Alice Cowan y le debo mi carrera y mi felicidad”. Ojalá que algunos de esos oídos adolescentes que se encontrarán mañana con la voz de Safo se topen con algo que les alumbre el día y algo más.



sábado, 16 de octubre de 2021

Buscadores de estrellas


Al caer la tarde florecieron telescopios de diferentes calibres en un parque cercano a casa. Hombres de mediana edad y gafas se iban apostando poco a poco tras las lentes a la espera de que el sol terminara muriendo. Atardecer de un Malibú otoñal escupiendo rojos al cielo. Perder un día de estos ocasos es perder un poco la vida. Es más que probable que estos astrónomos de fin de semana tengan que soplar nubes para ver algo esta noche.

El día fue jugoso en vistas de la ciudad. Bajé con los niños en metro a comprar cuadernos de hoja de bambú con gomilla en el Tiger. “Ya no las hacemos”, me dijo una joven en el mostrador. Una lástima, pues en ellas se toman unas notas fabulosas. Iniciamos la marcha hacia el centro. Riadas de optimistas enfilaban el puente. Una caseta de un partido ultraderechista daba propaganda y manos a los que pasaban por delante. “¿Qué es eso, papá?”. “Una fiesta, hijo”. “Pero es muy pequeña, ¿no?”. No dije nada. Lo que pensé me lo quedé para mis adentros. Una réplica de la Nao Victoria se dejaba visitar por padres y vástagos. Llevar el carrito con mi hija me aseguraba al menos no poder subir a la embarcación. Luego cruzamos la avenida, no sin antes aguardar a que el semáforo delante de la plaza de toros se abriera. Unos segundos me bastaron para ver aquella anacronía como nunca antes. Un edificio de corte neoclásico hecho a finales del XIX con una rotulación (“taquillas”) que me llevaba (supongo que de manera prejuiciosa) directamente a la dictadura del general Franco. Esperé a que mi hijo me preguntara qué era eso, pero no lo hizo. Es difícil responder a ciertas cuestiones.

Luego “el sambódromo” de la ciudad (avenida de la Constitución en la que toman cuerpo manifestaciones diversas y acordadas) servía para que los compañeros de la Escuela Pública y de Calidad gritaran sus consignas, dirigidos por voces monocordes y previsibles. Me horrorizó oírlas, pues muchas pecaban de un mal gusto evidente (hay niños en la calle cuando te manifiestas) y otras eran como mantras del ayer que seguían teniendo vigencia a fuerza de no reflexionar al respecto. Difiero sobre la idea de la escuela laica porque sí, por ejemplo. La desespiritualización del mundo es más que evidente. Esto no es más que la punta del iceberg que supone la capitalización de la vida. Tal situación será más llevadera para unos que para otros; sin embargo, entiendo que la cultura religiosa (no meramente católica) ha de estar presente en la formación de cualquier ser humano. La escuela está llena de ideología subyacente para que ahora me cuenten eso de “sí, pero que la religión se la den sus padres en casa o que vayan a la iglesia”. Su erradicación del currículum no permite elegir a las familias. El hecho trascendental de lo espiritual ya hace tiempo que quedó lejos, pero, cuando le pregunto a mis alumnos de literatura universal acerca de algunos detalles de la cultura bíblica se quedan “in albis”. Ya he hablado de esto aquí, pero Caín y Abel, la Torre de Babel, las tribulaciones de Job, las tres negaciones de Pedro, entre otras, son fundamento necesario para entender muchas cosas de la asignatura y, tal vez, de la vida. Es probable que esto suene raro en alguien que no da la mano al partido ultraderechista de la “fiesta” del puente ni saluda la tauromaquia como un bien de interés cultural. La triada ideológica es patrimonio de algunos, aunque se equivocan los que piensan que Ultraderechismo-Toros-Religión en la escuela son vértices inseparables. Descarto los dos primeros por una cuestión de consciencia como no descarto el tercero por lo mismo. En fin…

Baile, toque y palmas de subsistencia en tablaos callejeros. Vimos dos. Una bailaora era japonesa y otra hispana. El cante y el toque eran locales. Ambas se retorcían con un arte impostado y mecánico que hacía las delicias del personal. Parque de María Luisa: el género fotográfico del matrimonio sudamericano entre la vegetación es un auténtico “hit”. Parejas tulladitas posan de manera bochornosa, con arrumacos y besos de tórtolas. Me divierte ver estas estampas de inocencia pueril. Uno ya no está para cuentos de hadas y sabe que, detrás de tanto amor, siempre acecha el tigre de la monotonía y el desencanto. Vean, si no lo han hecho ya, qué bien lo cuenta Vinterberg en “Otra ronda”. 

Vuelta de paseo. Subimos en un metro que en la otra dirección iba lleno de optimistas. La mañana fue maravillosa. He de suponer que a estas horas los buscadores de estrellas están volviendo a casa. No saben que el mediodía tiene también sus fenómenos galácticos.

viernes, 15 de octubre de 2021

Aviones

 


Una lengua roja veteada de grises enciende el cielo de la mañana. En las ciudades acosadas por los edificios, el cielo es una forma de esperanza. Este fin de semana lo cruzarán casi trescientos vuelos (140 diarios). El concejal de hábitat urbano, cultura y turismo ha lanzado una nueva etiqueta para dar cabida a toda esta locura: “Inteligencia turística”. Con la “inteligencia turística”, según la página del Ministerio de industria, comercio y turismo, “se pretende promover el desarrollo de herramientas tecnológicas y sensores, metodologías y acceso a datos procedentes de diferentes fuentes de información, públicas y privadas, para un mejor conocimiento y medición de los flujos turísticos en destino”. Vuelve la máquina y la inteligencia artificial a medir, lo cual solo nos puede llevar al conocimiento superfluo de un fenómeno (el turismo) que se mide al peso. El “Big Data” se aplica para sacar el máximo rendimiento a algo. Sacar el máximo rendimiento a una ciudad es aniquilarla por desgaste, como una vaca a la que se le extrajera a todas horas leche.

Recuerden que este fin de semana andarán por las calles de Sevilla unos 50.000 turistas a los que habrá que alojar, dar de comer y ofrecerles planes de todo tipo. La nueva Babilonia nos expulsa por el llamado “efecto de la lata de mortadela” (al que ya le dedicaremos algunas líneas): empuja por abajo que ya saldrán por arriba. De momento, la ampliación del campo de batalla está en los ángulos muertos de la ciudad (ahora se quiere revitalizar la Isla de la Cartuja para llevar hasta allí a los visitantes).

 El vuelo de los aviones ofusca los ojos de los poetas. Añoro el cielo límpido de otros tiempos. El de ahora no deja de ser una autopista. Suerte a los que se aventuren a bajar a la ciudad porque de ellos será el reino de los cielos.

jueves, 14 de octubre de 2021

Años que caminan, años que vuelan



Tarde de parque. Un hombre empuja mecánicamente a su hijo en el columpio. El chaval tiene tres años; su padre no llega a los cuarenta. El padre ha conseguido un ritmo maquinal que le permite no mirarlo. La espalda del niño llega hasta la palma de su mano y él la vuelve a empujar hacia delante. El padre no mira; no le hace falta. Observa con atención el móvil. Luego graba audios y oye los que le llegan. Ahora el crío quiere ir al arenero. Allí está mi hija y mi mujer, que le habla en gallego a la pequeña. El padre del móvil le pregunta si es brasileña porque por negocios había vivido en Brasil y sabía algo del idioma. “No, es gallego”. El hombre se muestra sorprendido porque no sabía que el gallego y el portugués fueran lenguas hermanas (por no decir la misma lengua). Lo miro. Me sorprende que la gente ande por el mundo adelante con estos escasos conocimientos lingüísticos y sea capaz de cruzar el charco por negocios. Pero esto es lo de menos. Lo que me llama la atención es que el padre vuelve al móvil y la tarde se le va en estos menesteres.


Esta mañana, conducía con mi hija sentada detrás de mi asiento. La llevaba a la guardería. Siempre canta o chapurrea las mismas palabras (“can”, perro en la lengua de su madre y un “ton”, una aproximación a “avión”, ambos vocablos motivados por lo que ve continuamente en la tierra y en el cielo). Hoy se quedó dormida. El espacio del coche se llenó de una atmósfera mágica: sentir su presencia en el silencio de la mañana me llevó a pensar en la aceleración de los años y en la dedicación que ponemos en la familia y en los amigos. Reparé en que el “se me pasan los años volando” tiene un sentido tremendo. Mis años volando desde los treinta a los cuarenta se fueron sin pena ni gloria. Recuerdo muy difusamente aquellos días y los amontono sin más ayuda para iluminarlos que algún que otro hito sucedido por aquel entonces (no siempre digno de memoria y mucho menos de mención). Supongo que los años que se van volando hay que bajarlos a tierra y decir que “van caminando”, para mí una expresión que recoge una necesidad: la de tener la certeza de que vivimos de verdad.

Después de dejarla en la guardería me fui a clase. Hablamos de los héroes de Homero. Para suspender la atención de mis alumnos he de llevar las explicaciones a sus vidas, hablar de ellos. Cuando les dije que Aquiles era un héroe imperfecto y parecido a un adolescente caprichoso, noté que habían picado. En comparación con Odiseo, Aquiles es un héroe de pacotilla que se deja llevar por ese berrinche estúpido cuando es desposeído de su esclava Briseida por parte de Agamenón. “Pues ya no juego a la guerra”. Odiseo es un gigante: no se deja llevar por sus pasiones; tiene sentido de pertenencia al grupo, pues trabaja para que sus marineros sobrevivan a todas las peripecias náuticas hasta que puede; y su inteligencia es de una agudeza indiscutible. Héroes polares ambos que se diferencian en el temple y en sus maneras de entender el mundo y pensarlo. Más tarde leímos la despedida de Héctor a su esposa Andrómaca y a su hijo Actianacte (que como veremos en Las troyanas de Eurípides tendrán, tanto la madre como el niño, un final trágico). Imposto la voz un poco. La hago tronar en el aula a veces; luego la imposto dulcemente. Andrómaca conoce el destino fatal de su marido y le ruega que se quede. Héctor, que morirá a manos de Aquiles, también conoce su final y lo acepta porque su condición de héroe no le permite la claudicación. Aquiles también lo conoce. Todos conocen su final, pero ese nivel de aceptación es parte de la clave de su heroísmo. Miro sus caras: están emocionados. Once jóvenes que se dan de bruces con la muerte ficticia. Previamente les había dicho que imaginaran a alguien que se despide de su familia y que luego comienza su lucha personal contra un cáncer. Lo entienden y eso es lo maravilloso de la literatura de verdad: que no se agota en su tiempo, sino que trasciende siglos y geografías para seguir hablándonos.

Vivimos con velocidad la vida (quizás ahora más que nunca), me pregunto si para olvidar que no somos héroes, o para no reparar en el único destino que nos espera. Por todo ello, a lo mejor resulta importante leer a los clásicos y no empujar a los hijos en el parque mientras estamos trabajando porque, de alguna manera, nuestras presencias vaporosas puede ser que no calen en ellos, y luego sea demasiado tarde para jugar a heroicidades.

Post scriptum: Gracias a todos los amigos que se acercan por aquí y gracias por leer estas cosas de hombre mayor. Espero que sean un motivo de reflexión siempre. Un fuerte abrazo.

miércoles, 13 de octubre de 2021

Ahí os quedáis

 


Dos semanas mal contadas he tardado en darme cuenta (demasiado tiempo) de que había vuelto a caer de nuevo en la Trampa Azul. Con ganas de reingresar en la arena de la escritura de los días, decidí reaparecer en este medio, del cual todos tenemos (espero) serias certezas (las dudas las dejamos para los optimista) de que pone en jaque alguna cosilla sin importancia tal como la ciudadela de nuestra intimidad.

Facebook me crea ansiedad por el hecho de que nunca deja de transmitir, de que siempre hay gente que te habla, de que se espera una respuesta… Luego está el trajín continuo de la publicidad algorítmica que conoce hasta la frecuencia del pestañeo de nuestros ojos. Escaparate de lo íntimo, del éxito mostrado (lo feo va bajo la alfombra, que ya es el único lugar donde se resguarda la última intimidad que nos queda) o de la queja colmillera a veces. En el lado de la cultura, observo con bochorno cómo algunos introducen en sus “estados” nombres de nombres que a su vez se verán obligados a contestar o, al menos, responder con el mismo guante, convirtiendo todo en una cadena de favores que se fagocitan incansablemente. Al final, todo es contenido gratuito para engordar la máquina de mister Zuckerberg, que engendró este periódico de la microactulidad para disfrute de todos, en sustitución a la observación directa (sin filtro y con criterio propio) de lo que pasa en el mundo cercano.

Por todo ello, me voy. En estas dos semanas he escrito mis reflexiones en torno a la paternidad, la educación, la tecnología en la adolescencia, trufado todo ello con algún poemilla de circunstancia que me vino en su momento. Como Muñoz Molina (y tantos otros), también llevé un diario del confinamiento que quedará para mis hijos. Demasiado íntimo para entregarlo al mundo. El hecho de volver a escribir en Pura fritanga ha despertado en mí algo que llevaba tiempo dormido y que no es otra cosa que el hecho de preguntarle a la realidad qué demonios es y, además, poder plasmarlo en un papel o en la pantalla. Sé  de mucha gente que ha celebrado la vuelta. A ellos y algún despistado que se halle por ahí les digo que seguiré escribiendo en el blog, pero no lo enlazaré en facebook. Si alguien quiere leer estas historias de vez en cuando, allí las encontrará como testimonio de vida y de vigilancia costera continua. Prefiero tomarme una cerveza o dar un paseo con el que guste de estas sanas costumbres y que nos contemos la vida sin máquina mediante. En Pura fritanga me siento más libre y aquel que quiera iniciar una conversación allí tendremos más tranquilidad. Un abrazo y suerte.

http://purafritanga.blogspot.com/ 

lunes, 11 de octubre de 2021

Novela olímpica

 


 A las diez de la mañana los “skateparks” son bañeras silenciosas. Los jóvenes “skaters” duermen el sueño del guerrero a horas tan tempraneras. Ahora solo son los escarabajos los que se precipitan a este abismo de hormigón. Ahí se baten, en una pugna incansable, con las fronteras curvas que intentan escalar infructuosamente. Una esvástica pintada por un disléxico, un número de teléfono acompañado de la palabra “sex”, pollas de diferentes calibres luciendo erectas hacia el cielo, un “no pintar” humorístico: todo ello es lo que vemos mi hijo y yo sentados al borde de este mar gris, la acostumbrada panoplia de jóvenes grafiteros adolescentes.

Por decidida prescripción de Santiago, nos dedicamos al “skate” de salón: bajamos y subimos a la carrera en una danza hipnótica de subidas y bajadas sin un triste monopatín bajo los pies. Ante el cansancio del padre y el aburrimiento del hijo, el muchacho se da a la tarea de rescatar unos cuantos escarabajos con un palo y una lata de “Pringles”. Su entusiasmo lo lleva a sacar toda la bichería que estaba dentro para devolverla al campo.

Me interesaría mucho regresar a las horas de actividad real de este parque. Las olimpiadas de Tokio sacaron de la calle estos malabarismos y los metieron dentro los límites mitificadores de la televisión. La espectacularización del mundo conlleva que cosas que son meros pasatiempos juveniles se conviertan en deporte a la altura de la gimnasia rítmica, la natación sincronizada o el salto de trampolín. Resulta maravilloso poder observar cómo la vida de la calle se va colando en ámbitos donde antes no tenía cabida. La renovación de la parrilla olímpica coloca a nuevos espectadores frente al televisor. El billar, los bolos, el ajedrez o la petanca siguen esperando su momento, así como el fútbol americano, que sí formaría parte de la espectacularización de las olimpiadas. Siempre soñé con llegar a tiempo a jugar con la selección de basket en Barcelona 92. No pudo ser; y no fue por no echarle horas. El talento es algo casi místico. Ahora me conformo con escribir una novela, algo que nunca será olímpico. En esas estamos. Tengan la misma paciencia que el escarabajo que intenta salir de una bañera gigante. Ya tengo la lata de “Pringles” buscada; ahora me falta el palo de todos los días.

sábado, 9 de octubre de 2021

Bitter symphony

 


 Ser padre casi a la cincuentena te coloca en una situación ventajosa para observar el mundo que no te toca generacionalmente pero en el que has de vivir por motivos obvios. Las festivales infantiles, los parques, los eventos, los zoos, las ferias medievales, las inauguraciones de espacios alternativos, los circos, etc. están llenos de parejas de entre 30 y 40 años que se acompañan de bebés en variados tipos de transportes (sillitas con sidecar, mochilas, fulares de porteo…). Uno se percata discretamente de que gran parte de esta nueva juventud que se sienta al lado se aleja rápidamente de los esquemas propios de la paternidad. Los miro desde mi mal disimulada madurez, pues no estoy tatuado, no disfruto de la ubicua implantación de la ortodoncia universal, no muestro bíceps, no hago fotos ni vídeos de los infantes a cada rato, no miro el móvil cuando me aburro en el parque, no digo “guay” ni “chuli”, ni hablo con los niños como si fueran seres melindrosos de nacimiento.

“¿Qué, paseando a la nieta, eh?” Me soltaba un conciudadano desconocido desde la puerta de su casa hace unos meses durante una caminata con mi hija. Me pregunto si sería la falta del obligado “tattoo”, el tipo de indumentaria o mi natural curvatura de espalda al caminar. El caso es que no estoy en esa franja de seres humanos que asisten a sus hijos con una resolución rayana en la adolescencia por el simple detalle de que ya soy un abuelo. Posiblemente tengan razón los que así piensan. Ya dije hace años que el juvenilismo estaba haciendo estragos entre el mundo adulto; han pasado casi quince años desde entonces y constato que las predicciones eran demasiado benignas. Pienso que hay un paso más en esta marcha acelerada hacia la pérdida de fundamentos como progenitores. La “adolescentización” de gran parte de la población es sensiblemente patente, lo cual conlleva el abandono de responsabilidades en “detalles nimios” tales como la conducta social, la alimentación, los hábitos en el sueño y la hora de recogerse, entre otros. Sobre esto puedo contar que este año han llegado al centro donde trabajo niños con una preocupante obesidad mórbida. En una clase, uno de ellos el otro día me decía que le dolía un montón la cabeza –he de recordar que son críos de doce años que no les llega el resuello al subir una planta a pie–. Le pregunté que si había dormido bien. Siempre dormía mal. Había cenado un bocadillo de mortadela con aceite y se había acostado. También contó que había comido macarrones el día anterior y desayunado lo de siempre: solo un vaso de “Colacao”. Me pregunté si había padres. Otros chavales me comentaban que su uso del móvil llegaba a ocupar toda la noches; que dormían con él debajo de la almohada y que, si vibraba, atendían el mensaje fuera la hora que fuese. Entre unos y otros conforman grupos en las redes sociales, por lo que he de suponer que como estos ha de haber otros tantos que también dormitan con el móvil. Andan como zombies por el instituto. Me pregunto si hay padres.

Mis veranos pre-adolescentes eran de “carzona” (pantalón corto) y escalerita de parque. Hablábamos hasta bien avanzada la noche. Nadie salió nunca a cagarse en nuestros muertos ni a tirarnos agua (en el sitio donde vivo sí). Este verano he visto durante todas las noches pre-adolescentes riéndose como hienas, sin cruzar palabra, con la cara iluminada por lo móviles, en los que no dejaban de ver vídeos de sabe dios qué cosas. Un día le pregunté a uno de estos padres si había alguna posibilidad de saber qué veían sus hijas en el teléfono. Me dijo con cara de póker que no, que él no. Me cambió de tercio rápido, pero fue casi peor: “pero tengo una sobrina de doce años que es adicta al porno”. Su padre lo descubrió una noche cuando por el bluetooth le apareció en la pantalla de televisión lo que alguien estaba viendo en el móvil. Rápidamente corrió a la habitación de un hijo varón de quince años, que dormía plácidamente cuando entró en ella. No, se equivocaba: era su querida niña.

Conozco a excelentes padres que acompañan a sus hijos en la justa medida, sin asfixia ni dejadez. Algunos son gente más joven que yo (incluso tatuados). Sus carreras profesionales no les han hecho olvidar a sus vástagos ni han sacrificado sus individualidades más de lo necesario para seguirles en su crecimiento. Por contra, en el sitio donde vivo los padres van al gimnasio, algunos incluso leen, contestan mensajes, hablan continuamente por teléfono, salen a correr y ven la tele mientras sus hijos gritan y se adocenan mirando la pantalla del móvil todo el día (todo el día) y parte de la noche. Un día un vecino amenazó a uno de ellos con partirle la cara si no dejaba de tocar en el portero automático. Ahí sí bajaron los padres; incluso para ir a la policía si hacía falta.

Como coda diré que, en un futuro muy cercano, pienso que la gran diferencia entre los jóvenes no estará en el número de idiomas que hablen, sino en el nivel de cretinización al que hayan llegado gracias a la desaparición de sus familias (que habrán confiado a un dispositivo electrónico toda la educación en valores y hábitos de sus hijos). Cuiden de los suyos si aún están a tiempo o, al menos, velen por que otros lo hagan con los que tengan a su cargo.

jueves, 7 de octubre de 2021

Negocio



Aún cuelga del árbol del ahorcado
un trozo de soga reseca por el sol.

Un topógrafo coloca el teodolito;
en la tarde,
observa el ascenso de la loma
hacia el oeste.
Dos hombres pasan la mano por la espalda
de un señor que sonríe nerviosamente,
bizquea y emite gruñidos de desagüe.
Es el dueño del terreno cercado
por promociones de viviendas.
Frisa los setenta y no le gusta jugar
a ser el último bastión
en medio de la locura de la guerra.

Una noche calculó, mezclando
años de esperanza de vida
y soledades, cuánto podría hablar
en torno al negocio.
Olvidó en la operación mental
los paseos con los perros,
la historia secreta de los olivos,
las pisadas de los muertos
que una vez tuvieron algo que ver con él.
La tierra es un bien lleno de sangre.

La comitiva se va.
El hombre queda solo;
se agacha a coger un terrón,
pero la tierra ya no es suya.
La besa,
pero ya no tiene el gusto de antes.
La huele,
pero es otra la terca sequedad que le habla.
Cuando el paisaje se extingue
no queda recuperación posible:
ni fotos ni memorias
corrigen el antojo del mundo.

Aún cuelga del árbol del ahorcado
un trozo de soga reseca por el sol.

miércoles, 6 de octubre de 2021

“Poema de pequeñas circunstancias”



Las pequeñas voces de mis hijos
despiertan la mañana.
Palabras veraces,
algunas ininteligibles,
que suben al cielo infranqueable
de la eterna inocencia.

Esas voces
son el hilo infinito
que transforma la vida,
que muta lo absurdo
en un diente de león
soplado por un vendaval.

Las oigo desde la cocina,
mientras uno remueve
la consciencia de que,
una mañana no muy lejana,
las voces ya serán otras,
trascendidas por el tiempo
que todo lo muta y nada perdona.

Tan difícil como retener el silencio
me resulta atarlas a la memoria.
Sólo me queda la ciudadela del corazón
para resguardarlas de la pérdida
y la esperanza de que nunca
dejarán de resonar en el Universo.



martes, 5 de octubre de 2021

No es fácil acariciar las sombras que deja el día



No es fácil acariciar las sombras que deja el día

cuando se ha marchado sin apenas dinamita.

Una voz allí, un rostro más allá: inconstantes 

gestos amalgamados para dar forma a la nada.


A veces sucede que la velocidad se traga

la única verdad que nos ensancha el alma, 

que no es otra que pasar la tarde contigo

bogando sin descanso en el juego de los niños,

felices de hallar una isla

que nos salve de pantallas y rutinas.

lunes, 4 de octubre de 2021

“Somos un grupo inversor”



Con esta rotunda frase se presentan seres tocados por un halo electrizante ante el mundo de los negocios de ahora. Uno solo habla por otros, poderosos e invisibles. “Somos un grupo inversor” son las palabras mágicas que abren los pestillos y los ojetes de cualquier  individuo que se tope con ellos. Supongo que las cosas funcionarán así: Hans Ripersen y su esposa viven desahogadamente en una pequeña localidad costera de Suecia. Ambos tienen ya sus escandinavos cincuenta años. El éxito de la empresa de brochas de pelo de castor para el afeitado, que surte a todas las barberías del globo, ha hecho que el pequeño negocio familiar se haya convertido en una gran compañía cuya facturación anual resulta envidiable. Aún no se atreven con el bitcoin, pero sí con ese grupo de inversión del que le habló un día su cuñado. Pones el dinero, los tipos te lo van moviendo hasta hacerlo sudar y más pronto que tarde llega un flujo de pasta continuo a tu cuenta. 


El dinero del matrimonio Ripersen se mueve de maravilla. Esos tipos poderosos e invisibles, que a fuerza de algoritmo saben donde estará el negocio en los próximos años, son la clave. A los currelas y parias del mundo esto nos coge con el pie cambiado: no tenemos veleros ni islas en el Golfo de Botnia. Somos meros espectadores ciegos de lo que se mueve entre bambalinas. La función comienza, pero seguimos sin ver quién mueve los hilos de las marionetas. Los grupos inversores han estado comprando lo que ya sabemos: inmuebles, solares, parcelas en Marte, equipos de fútbol, servicios de metro (el de nuestra ciudad, sin ir más lejos, está participado por un grupo de inversión oriental), etc. Por cierto, al parecer en Spain en el año 2012 hubo una compra masiva de suelo por parte del grupo inversor estadounidense Castlelake (hermoso nombre, ¿eh?). Da igual si vivís por estos lares o no; si veis unos estandartes rotulados con “Aedas Home”, ahí los tenéis.  La depredación del olivar ofrecerá “viviendas para la clase media (¿qué será eso?) y la clase media-alta (¿qué será esto otro?) en los próximos años”. 


El matrimonio Ripersen no sospecha que el algoritmo que maneja su plata dice que hay que buscar al médium adecuado que propicie el éxito del proyecto. No basta con comprar; hay que hallar al mago. Ahora es cuando viene la búsqueda: directores de acendrada carrera, técnicos en fuga de empresas en quiebra, comerciales locuaces con su punto de madurez y su dominio del producto, violadores del verso… Todo es comprable y moldeable. El gusano que busca baja a lo semi-público o a lo privado porque no hay diferencia alguna para él entre una cosa y otra. Hay que encontrar al individuo que ate la punta del cabo al árbol con más fruto; desde la otra punta de la cuerda ya tirarán los otros para llevárselo calentito. El otro día me decía uno de estos técnicos de la industria solar que no para de viajar por Europa que buscan contactos de intermediarios locales para que la caza del negocio tenga más credibilidad entre los del lugar y se aleje así cualquier atisbo de desconfianza.


Aunque cueste creerlo, ahora le toca al mundo de las mascotas. Los grupos de inversión han visto la veta de oro en esta parte de su mina particular. Creo que tampoco habrán recurrido al algoritmo para percatarse de ello porque, entre otras cosas, ellos son los que crean la situación propicia. Junto al Decathlon de humanos del pueblo hay otro gran Decathlon para animales, al cual peregrinan individuos de dudoso gusto en el vestir con canes esmirriados bajo el brazo u otros seres del reino de las mascotas. Supongo que los creadores de opinión y costumbre estarán trabajando por las redes, convenciendo a la clase media (que querría comprarse una vivienda de Aedas Home a 350.000 petrodolares el adosado) que, teniendo ya un perro, ¿por qué no tener uno o dos más?. El pueblo está lleno de señores y señoras en chanclas que pasean parejas en incluso tríos de canes. 


El mundo ha aprendido a dar amor a las mascotas (da igual que sean cánidos, felinos, batracios u arácnidos). La soledad de los individuos (cada vez más solos y más auto-fotografiados en su soledad) con sus veleidades egocéntricas y exhibicionistas son campo de cultivo para que la mascota sea otro cachivache más que mostrar junto al tatuaje. El domingo por la mañana vi a una chica normal paseando con una correa a un cerdo vietnamita que estaba ya para darle el gori gori de matadero. Me pregunté si habría revolcón juguetón y risueño en el sofá con semejante animal al volver a casa.


Todo esto viene por el testimonio documental que encabeza toda esta palabrería: “Perdido Agapornis”. Lo encontré paseando por el pueblo. Ya sabéis que no es la primera vez que hablo de estos carteles. Pienso que ya se trata de un género literario, sobre todo el de los agapornis. ¿Cuánto amor hay en este aviso?, ¿cuánta esperanza puesta en el Ser Humano? Las advertencias son de una candidez sonrojante: “Puede que no se deje coger. Desconfía”. “¿Lo has visto en un árbol?”. Nada sabe el dueño del pobre pájaro acerca de los Ripersen, que a estas horas estarán cenando en algún restaurante de la geografía high class del mundo. La angustia de esta familia le es ajena, pero el pienso que Pipi se ha trasegado hasta llegar a la fatal situación (no es por joder, pero hay mucho gato callejero últimamente) es probable que esté vinculado a las brochas de castor Ripersen. 


Cierren bien las jaulas y aten a sus animales de compañía. El mundo acecha de tantas y desconocidas formas que uno siempre tiene que estar preparado. Empiezan por los agapornis y uno nunca sabe por donde siguen.



sábado, 2 de octubre de 2021

Sara y el cielo


Bajé a la ciudad a conocer a Sara, una hermosa niña de apenas dos meses que manotea el aire como queriendo hablar. Su mirada al infinito llega hasta una morada que los adultos ya no alcanzamos a ver. Desde su carrito fija los ojos en el cielo y se detiene absorta ante el cimbreo de los árboles que aparecen y desaparecen de su pequeño y difuso campo de visión. Llega al mundo en un momento extraño por muchas razones. Aunque ella no lo sospeche, su mundo ya es otro, muy diferente del que vivieron sus padres. La emergencia de la búsqueda de la normalidad ha abierto un proceso de decisiones que mezclan economía y salud. Mientras escribo esto no paran de pasar aviones por delante de mi ventana. Salen y entran como si se tratara de un tiovivo aéreo en el que nadie encuentra el botón de parada. Sólo la madrugada logrará apagarlo (por ahora). 

Bajé a la ciudad y me encontré con que la alegría auto-celebratoria de estar en el centro del mundo regaba las calles. La densidad humana se había multiplicado por no sé qué cifra. Observábamos el hacinamiento de los parques infantiles, la incomodidad de compartir la vida citadina con la vida turística, la desaparición de algún recoveco donde parar a descansar tranquilamente. Un enjambre de personas vagaban con trolleys a la búsqueda de la nada, mientras que jóvenes tatuados en ropa interior se fumaban un cigarrillo en los balcones de un edificio de apartamentos turísticos que antes bien podría haber sido una casa de vecinos. Si la ciudad es un lugar de encuentro entre los que permanecen en ella como ciudadanos, le dan su personalidad y la nutren con un anecdotario íntimo en sus venas y con otro social en sus calles, ¿qué ocurre cuando esto va desapareciendo poco a poco?, ¿cuando el trasiego de gente crea la vana ilusión de que la ciudad está más viva que nunca? No hay civitas sin cives. No hay ciudad sin ciudadanos. Extinguida la diferencia entre urbes (nada tiene que ver que unas muestren torres, otras canales o museos diferentes), todo lo cubre un manto de monotonía estéril en lo que a lo humano se refiere. Con turistas la ciudad se convierte en un supermercado, en un sambódromo que los hosteleros y los carteristas celebran, curiosamente, de la misma manera. 


Otro avión parpadea en la oscuridad del cielo nocturno. He perdido la cuenta de los que han cruzado. La joven Sara habrá iniciado hace ya unas horas el tranquilizador viaje a las estrellas junto a su madre. Me gustaría pensar acerca de la reversibilidad de todo esto para que las ciudades no sean únicamente un lugar a donde ir y sí un lugar en donde vivir. A Sara y a sus papás les deseo que la gioia (alegría) de vivir les acompañe en sus quehaceres con el mundo y su tiempo. Alegría y decisión para campear este mundo y este tiempo que les tocará vivir y que Sara, tal vez, podrá cambiar algún día.

viernes, 1 de octubre de 2021

Una casa que mire al Oeste




Podría tomarse como una fatalidad que una casa estuviera orientada al Sur, al Norte o al Este. En cambio, el Oeste es un punto cardinal lleno de prodigios, aunque haya algunos madrugadores que celebren de la misma manera el Levante. A comienzos de curso bajé al patio a un grupo de adolescentes con los que paso ocho horas a la semana. Les pedí que me señalaran el Norte y me explicaran la razón para colocarlo en tal sitio. Comencé por los más mayores, pues eran los que habían tenido una experiencia terrestre y solar algo más dilatada (un año o dos) que el resto. No había manera. “¿Puedo sacar el móvil?”; “¿cómo se llama eso con lo que se sabe…?”; “por allí mismo…”. El des-nortamiento era más que evidente. Solo uno de los diez supo darme una razón para situar el Norte en un sitio aproximado...: “se sabe por el sol; porque el sol siempre sale por el Norte”. 


Ante tan desolador panorama, pregunté si nunca habían visto un atardecer en el pueblo. Sonrisas inquietas descubrían que tampoco se habían dedicado mucho al cielo. Cogí una tiza y pinté sobre el ladrillo del edificio los cuatro puntos cardinales. “Este es el Este, también llamado Oriente (por el oro del sol) o Levante (porque por allí se levanta); y este el Oeste, también Occidente, con la misma raíz que ocaso (“¡eso es lo de los muertos!”, dijo uno; “¡bien!”, añadí yo) o poniente (porque por allí se pone)”. Sus miradas perplejas comenzaban a entender algo, pero seguían sin saber por qué lugar se escondía el sol en el pueblo. Una vez resuelto el enigma, volvimos al aula con trabajo. Allí dentro, pocos fueron capaces de situar el Norte, a pesar de que ya lo habíamos dejado claro en el patio. 


Todo esto me sigue haciendo reflexionar sobre el desconocimiento del mundo que se está implantando poco a poco en los jóvenes. Cuestiones tan elementales no pueden solucionarse a golpe de tecla. Nos pasa igual a los adultos, que poco a poco hemos dejado de mirar las nubes al atardecer para jugar a los vaticinios. Google nos dirá cómo vestirnos y si poner la colada es una buena idea. El cielo es un gran olvidado. 


Relativamente cerca de casa hay una colina inhóspita a la que se llega a través de caminos roturados por tractores. Se alcanza la cima caminando o en bici (cada vez está más lejos el campo). Es una loma desde donde se divisan unos difuminados Montes de Málaga y la Sierra Norte, la ciudad a lo lejos y los nuevos edificios (inmensos transatlánticos varados) que se están comiendo sin descanso el olivar que queda. El horizonte es un Calvario de grúas y de antenas de telefonía móvil. Desde allí se oyen los balidos de un rebaño que transita por lo que va quedando de prado, mientras que el pastor deja su trabajo a los perros, mirando sin descanso su móvil mientras los animales pastan. Se escucha la fricción de los neumáticos sobre el asfalto de las carreteras que circundan el mundo, pero también el sonido de un pájaro que sobrevuela mi cabeza y el zumbido de algún insecto. Cuando sopla el viento atlántico, es una maravilla estar allí solo. Igualmente es una maravilla dejar escapar los últimos minutos del día en despejar las dudas de la jornada despidiendo al sol. Hoy fui con mi familia al campo de los alrededores. Paramos el coche en un descampado porque el espectáculo del ocaso comenzaba. Por la tarde mi hijo había tomado un libro de la biblioteca (un catálogo antiguo del Museo de Orsay). Quería copiar con las acuarelas Mujer con un parasol. Era la primera vez que quería copiar algo así. El resultado no se ajustaba al modelo, aunque contenía un hermoso juego de verdes y la promesa de algo que, si bien alejado del original, sería también digno de aprecio. Ahora observando la marcha de Apolo, Santiago quería “caminar por el camino que lleva hasta el sol”. No quería parar. Veo la distancia que recorre el mundo de los adolescentes y el de los niños cuando se les deja observar lo que existe vivo a su alrededor. 


La luz de otoño aquí es prodigiosa. El cielo se va apagando como un gran candil. En tardes como estas, echo de menos que nuestra casa no mire hacia el Oeste.