lunes, 25 de noviembre de 2013

Empiezo otra vez



He recorrido con el Google Street View toda la ciudad
con la inconsistente ilusión de encontrarte a golpe de ratón,
difuminada, intervenida por los perdularios operarios del Silicom Valley,
esos que no saben ni de ti ni de mí,
que nunca entenderán que
las ciudades rastreadas y fotografiadas con tanto celo
olvidan que el sfumato enloquece, extenúa y deja sin aliento
a los hombres-lobo que pagan religiosamente
el ADSL todos los meses.


Empiezo otra vez.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

306 km/h: Otoño



El sol convierte en oro el hierro de las vías;
ahuyenta y apaga los verdes del otoño.
Los ríos aguardan el profundo espejo del cielo nocturno.
Pespuntean las nubes el rastro de aviones remotos.
La gran antorcha se expande con el cobre desvaído,
detrás de un cielo que rabia y se adormece.
El frío acicala el lomo de los animales,
que agachan la cerviz en un callado y milenario rito.

Ahora las vías son de plata;
pronto se prenderán brevemente en el último hilo naranja
para luego volver de nuevo a la plata,
fría y silenciosa.

La tarde es mal puerto para que embarranquen los sueños
que viajan hasta y a través de la noche
para que el cielo no cese.


sábado, 3 de agosto de 2013

Prender la tarde




El verano se nos pasó
con las manos entre los fardos de dinamita,
buscando una colilla estrangulada
con la que activar la tarde roja,
esa explosión que nos llevaría
a la noche y a la estrellas.

Las lágrimas y el hielo del silencio
solo podían apagar el fuego,
darle una palmada abstrusa al firmamento
y privarnos del mar de las Perseidas.

El peligro de incendiarlo todo era
el difícil paso que aseguraba
la luna, el fervor nocturno de Venus
y la melancolía anular de Saturno.
De ti y de mí depende que todo ello
nos acompañe en las mil y una tardes
en las que volveremos a prender la mecha.

lunes, 22 de julio de 2013

Españoles en Portugal comiendo "arrmeja y shoco"


El verano no es una estación infernal; lo que es infernal es el veraneo. Tengo un primo que defiende que la mayor felicidad de un individuo que habite la ciudad en agosto reside en el hecho de tener una vespa y cabalgar en la noche de la City como un Nanni Moretti local. Tras un breve paso por el Algarve este fin de semana, creo que al muchacho no le falta razón. Al sprawl (mancha de aceite) del dominguerismo nacional no le basta con copar las costas de Huelva sino que se tiran a la Lusitania montados a horcajadas en un sentimiento patrio que olvida que Portugal es otro país; es decir, tienen otra cultura, hablan otra lengua y, aunque pueda parecer extraño, presentan otros modales.

Nos aposentamos en la última habitación libre de Tavira. Allí coincidimos con un millón de conterráneos que se daban al hermoso trajín de pasear, hablar (con un tono más elevado de lo normal) y comer. El tamaño del mundo es tan pequeño como lo indique ese mes la publicidad vacacional, así que allí mismo nos encontramos con unos operarios de alto rango de la granja de pollos donde me gano el jornal. Salían ahítos y felices de un restaurante. Nos recomendaron insistentemente dos platos de obligado consumo en el sitio: “Arrmeja y shoco; no pidáis otra cosa: arrrrrrmeja y ssssshoco”. A estos paladines del buen comer hay que hacerles caso siempre. Le agradecimos el dato (tampoco falta nunca) del fin de fiesta: “Los cuatro, con servesas dobles (?) y hasta arriba de to, 40 euros”.


Me pregunto si hicieron el pequeño esfuerzo de decir bom día, faz favor u obrigado. No es gran cosa, pero son unos puntales de cortesía que el portugués, aun empeñado en chapurrear el castellano –ya saben aquello de la lengua A (nervuda y fuerte más en lo económico hoy día que en lo cultural) y la lengua B (pequeñita, acomplejada y tendente a la desaparición (Brasil?)–, lo puede ver como un detalle. Si van a Portugal, pidan arrmeja y shoco si les place, pero culminen la transacción con un moito obrigado (incluso se admite como esfuerzo lingüístico lo que mi amigo Juan Miguel usó como sucedáneo de cortesía durante toda una semana en la tierra de Pessoa: Molto abrigado). Boa noite, españois amados.

miércoles, 17 de julio de 2013

Dardos, croquetas y tango.


El amor, ese jarabe ámbar que se suministra a grandes o pequeñas cucharadas según el empeño de cada uno, sigue siendo un enigma trascendental. Mientras escribo esto, frente a la ventana de mi estudio, en el edificio vecino, una joven pareja de novios juega en el balcón a tirar dardos a una diana. Los conozco de vista: van todos los días a la piscina de la urbanización y siguen la rutinaria ceremonia de sentarse en el borde a dorar sus rotundos lomos de obesidad croquetera. Ella tiene gafas y se recoge la cola en una desarbolada mata; él parece un atlante al lado de ella, con la espalda de mamut llena de granos. El muchacho le indica con algo de suficiencia cómo tirar los dardos. Ella lo imita sin éxito. Dos rondas y se van a la cocina. Los observo, como todas las noches, poner la sartén y derramar en su interior algún alimento congelado que dorarán a paletadas de aceite recocido. Se aman, no lo dudo, pero el aburrimiento o la obesidad mórbida acabará por devorarlos. Pura fritanga.

Prefiero el amor airoso y bien contado del socorrista Lucho, un argentino del que ya hablé el año pasado en estos lances de realidad. Natural de Mercedes (70.000 almas y la segunda ciudad de La Argentina que más toma, según las últimas estadísticas), Luciano Romano es un contador de historias bárbaro, un hombre que tiene tatuado el número diez en el brazo derecho para celebrar hasta el día que se muera al Pelusa. Se vino a España para trabajar de guardavidas (observen que el vocablo ibérico para este oficio, socorrista, contiene el asomo de la tragedia); antes de marchar, se dedicó a hacer turismo por Europa, según él mismo, futbolístico: “Che, viejo, no me gustó Venesia porque no había una jodida portería en toda la siudad; cuando me senté en Nápoles en el banquiyo donde se sentó el Rey, yoré, viejo”. Hiperbólico en sus narraciones también lo es en su bondad. A veces desgrana la margarita del deseo y me recrea una porción de sus días pasados. Una vez amó a una tanguera famosa. La siguió por todo el país: teatros, salas de concierto, jardines nocturnos. Ella, en la oscuridad horadada por el foco, siempre decía lo mismo ante las cientos de cabezas entre las que se encontraba la de Lucho enamorado: “Para ti, mi amor”. Así le dedicaba tangos que hablaban del futuro juntos y de un barco que llegaba a un puerto. Según él, se trataba de una temática excesivamente esperanzadora para el género. “Me cansé, Manolo. El día que volvimos a Mersedes para que eya actuara en el teatro de la ciudad, unos pibes me mandaron un mensaje al teléfono diciendo que estaban tomando de lo lindo. Agarré y me largué justo cuando eya había dicho el para ti, mi amor. Andate con la puta que te parió, vieja, pensé, y me fui con los muchachos”.

Ya ven, entre la anodina vida del matrimonio-fritanga del principio y el repetitivo vaivén del amor entre la tanguera y el socorrista (él me confesó que todo se quedaba siempre en “Para ti, mi amor”) no hay más diferencia que la geográfica. El amor necesita de una reinvención continua a base de cargas de dinamita ilusionantes. Ni las croquetas ni las dianas son suficientes; tampoco lo es el tango cargado de futuro. Inventen y hagan felices a sus amores.

viernes, 28 de junio de 2013

Gambas económicas


En la granja donde he trabajado hasta esta bendita mañana, existe un ser de otro tiempo, un hombre prehistórico que imparte a los pollos sensibilizados con las finanzas la asignatura de economía. P., cuyo nombre responde a esta inicial, es un hombre achatado, macizo, como si le hubiera caído encima un yunque tamaño humano. Su estilo es italianizante: una frente amplia, unos rizos    apelmazados y esculpidos en el cráneo a base de fijador y una mirada entre fiscal antimafia y capo. La ropa es buena, pero parece o que ha perdido 40 kilos y no ha visitado a su sastre para redefinir su atuendo o que tiene un hermano más grande que él que le pasa la ropa. Su mayor tarea diaria es encajarse en la pantalla del ordenador de la sala de operarios para escrutar las páginas que envenenan sus sueños: Expansión, la bolsa de valores y los vuelos baratos a Nápoles, adonde va de vacaciones a pasear su humanidad al frenético ritmo del Sur. Se mea encima de cualquier incauto que maneje términos propios del optimismo económico tales como los desfasados "brotes verdes". A P. no hace falta preguntarle sobre cómo va el asunto; él mismo opina con voz de gondolero  en invierno: "Orrvidarrse de la extraordinaria; nos van a pagá un mojón". El caso es que el hombre no es un estilista del lenguaje técnico, pero ha hecho una biblioteca de economía en el departamento que ya quisieran muchos. Un día me dijo que Paul Krugman era un rojo y otro que a Tony Judt no lo conocía, pero que si también salía en El País había que leerlo como Las 50 sombras de Grey: con los pantalones bajados (?). 

Tuve la ocasión de ver los apuntes que él confecciona y que los pollos estudian de pe a pa sin ningún tipo de crítica ni guía: "Los movimientos de antiglobalización están formados por radicales de izquierda, cabreros, poetas, gays y lesbianas, cantautores, etc.". Enemigo radical del altermundialismo, su compromiso con la realidad es indiscutible. Ha creado un concurso entre los pollos más talluditos para introducirlos en el apasionante universo de la Bolsa. El ranking era publicado semanalmente en el corcho del corral para deleite de las aves ganadoras. 

Esta semana, llevado por la bohomía que lo caracteriza (esto es un dato cierto), nos ha agasajado  a los operarios aviares con uno de los productos estrella de su tierra: 10 kilos de gamba blanca de Huelva transportadas en bolsas al estilo Pantoja. El hombre repartió afanosamente en platos plástico el contenido. A puñados fue llenando la vajilla y disponiéndola en la mesa de la sala (eran las 11:30 de la mañana), como si sus manos fueran una grúa de esas máquinas de feria con la que nunca conseguías agarrar el reloj calculadora que tanto deseabas. Con el mismo gesto de repartir las gambas, soltó sal sobre los platos. Ahí mató la ilusión de asistir a una orgía marítima, a una bacanal onubense: tras la ingesta de una simple gamba, era necesario trincarse un vaso de tubo lleno de agua hasta el filo. Pero como la afición a la gamba es mayor que el respeto por la tensión arterial, los obreros del corral, celebratorios y expansivos, se trajinaron los platos con sonrojante velocidad. Como en la Égloga III de Garcilaso, "en el silencio sólo se escuchaba, un susurro de..." dientes famélicos que desnudaban las gambas a ritmo militar. El festín acabó. P., orgulloso de haber agasajado a sus más o menos pares con esta comilona, se volvió al ordenador y estuvo manejando la calculadora, no sin antes afirmar de manera enigmática que aquello no lo había pagado él. A saber.

Todo ello me lleva a pensar que hay niveles de rumbosidad a la hora de festejar lo que sea. P., como decía una joven enamorada del marisco, "ha hecho insuperable este día". Con un tipo que adoctrina a los pollos con estas soflamas de ultraneoliberalimo radical, prefiero la tortilla fría del Mercadona que alguien cuela de rondón de vez en cuando. Revisen los cuadernos de sus hijos. Nunca se sabe quién está detrás. Feliz fin de semana, pollos.


martes, 25 de junio de 2013

Para que no se me olvide.



Hoy una joven llegó a por sus calificaciones sola. Una breve nota firmada por su madre le daba la venia para recoger el boletín. Se acompañaba de una bolsa roja tapizada de fotos de Marilyn en poses sensuales. La bolsa guardaba una caja de bombones y una nota. La joven, ante mi llamada de atención acerca de la belleza de la actriz, me dijo que la había comprado para mí y que contenía algo que yo me había ganado por mi atención hacia ella y sus compañeros. A continuación rompió a llorar. "Lo siento; es que todo esto me parece muy bonito, muy emocionante". La adolescencia no conoce la doblez emocional. Cuando se llora, se hace con una contundencia que nos deja helados a los que abandonamos esos campos abonados con las flores de los sentimientos hace años. 

Me pregunto qué queda después de todo esto en las arcas de la memoria. La joven Paula crecerá y tal vez recuerde con cariño esta tarde calurosa de verano en un aula donde ejerció su derecho a sentir sin ataduras, mientras unos bombones se derretían como se derretirá esta misma tarde bajo el contumaz efecto del olvido. He besado con un agradecimiento infinito a esta chica que me ha regalado la certeza de que merece la pena el riesgo de trabajar en esto. Lo escribo para que no se me olvide. Perdónenme el atrevimiento. 

sábado, 22 de junio de 2013

El bello verano comienza



Acostumbraba a darle la bienvenida al tiempo de las golondrinas con una audición sentimental de cualquier versión de la maravillosa nana Summertime de Gershwin. Ayer fue un día diferente. El verano llegó anunciándose en los gestos menos esperados. Desde la tarde el mundo cambió fabulosamente hacia un sabor salino, de presagio seguro, de mar prometido. Unos cuentos pollos con los que trabajo en la granja matinal son aventajadas jugadoras de voley playa, esa versión carnal y solar del voley bajo cubierta. A escasos kilómetros de donde habito, promotores de eventos deportivos volcaron unas cuantas toneladas de arena y plantaron redes, chiringuitos y gradas para que jóvenes púberes, Lolitas elásticas y desinhibidas, brincaran y se lanzaran a tierra con una decisión bélica a salvar bolas imposibles. El espectáculo de valquirias cinceladas por el tiempo feliz e inconsciente de la adolescencia y de la primera juventud no dejaba lugar a dudas: la vida pasa y nos hiere con la consciencia de que la belleza es un fruto sensible, el rumor de una amapola recién cortada que pronto se tronchará por el efecto malévolo del aire helado y vulgar de la madurez. Para colmo, una luna a la que le faltaba un hilo de plata para forjarse como una luminaria vigilante para la Noche de San Juan se colgó del cielo a iluminar estas batallas valquíricas.


Volví a casa con el alma llena de canciones por esto y mucho más. Me senté en el salón a meditar sobre la temporada estival que comienza, sobre cómo encajar la vida de ahora entre tanta palmera salvaje. Coloqué bajo la aguja un disco glorioso de Laurindo Almeida y Bud Shank, que me llevaron a la luna de Río con una guitarra cargada de bossa y un saxo brillante de blues. Salí al aire fresco de la noche y husmeé en la oscuridad. No hubo duda: este será un gran verano. Que lo disfruten.

jueves, 20 de junio de 2013

Tiempo de amor



Hacía tiempo que no pasaba por aquí, llevado por la espuma azul de los días a playas paradisíacas que no tienen cabida en estas líneas. Quería contar que la belleza, ese pájaro tornasolado que habita en los bosques menos pensados, te asalta con un oportunismo efervescente en cualquier esquina. Resulta que el joven que adecenta por la tarde la granja donde trabajo, a base de escoba y productos químicos que cepillan el áurea de los pulmones, es un hombre que tiene más sensibilidad y talento que otros operarios que trabajan directamente con los pollos. A base de encontrarlo en los pasillos, ha ido apareciendo una tímida relación, una anagnórisis fortuita que me hace constatar que las almas nobles abrazan cualquier utensilio, sea éste la brocha, el cincel, el martillo o la escoba. E., que así se llama, me regala una parte de su vida a cada encuentro. Hoy, ante la visión de un ajedrez magnético en mi departamento, me ha preguntado si yo le daba al arte del escaque. Al contestarle con la respuesta desorientadora de "sé mover las fichas pero no sé jugar", el joven me ha desgranado su historial de ajedrecista adolescente: "fui campeón de mi colegio". Las glorias pasadas tienen una luz nimbada en el recuerdo. Al joven se le infló el pecho contando sus proezas ejedrecísticas, habiendo ganado incluso a su maestro en las últimas partidas antes de salir al gris mundo de la realidad. 

Pienso en él y en los otros. Durante la comida con mis compañeros, he oído historias que me alejaban de la tibia bondad de los días: excitantes y superficiales historias de tuppersex narradas con un nerviosismo infantil; relatos de fracasos amorosos por mezquinas actuaciones; o recitado de frases hechas, abonadas con el verbo estéril de lo que no se ha vivido directamente. Cada vez tengo más claro que la vida se vive en los rincones menos tocados por la comodidad de la clase media (?). 

Nada más. Espero que el verano que ahora casi nos abraza tenga un efecto revelador en nuestras vidas. Sean felices y no abusen de la estupidez; sus amantes se lo agradecerán. 

lunes, 27 de mayo de 2013

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




Embaucado por el verde de los jardines lejanos,
observo la construcción de una torre
cuya alma no tiene acceso al ascensor público,
pero sí al montacargas.

La calima convierte la cadena montañosa del fondo
en un mar de orillas aéreas que no pisaré hasta que alguien
me regale un camino de tablas para condesar el deseo
en un sendero de posibles.

La tarde arrecia con su luz sobre los edificios blancos;
devuelven su fe en las formas con la pulsión
que guarda la arena al mediodía.
Desierto blanco que nos invita
a calarnos de fósiles hasta la memoria,
sin dejar que nos distraigamos cuando
llega la extraña realidad.

No me digas hoy que tampoco vivimos en la misma ciudad.




viernes, 24 de mayo de 2013

A qué sabe el rojo atardecer


No hay nada como tú:
cielo, estrellas, prados, valles, el extraño relumbrar de los metales abandonados en la orilla.
Si me contaras las extrañas cosas que guardas en tus manos
tal vez sería más fácil saber adónde nos dirigimos.
No olvides que el cambio requiere de la voluntad de ser otros.
Nadie nos dijo que expiraran los números de teléfonos ni los nombres labrados en los troncos.
No se puede guardar la luz de aquellos días en latas y aceite de oliva;
alguien me advirtió que el aceite lo mezclan con agua.
Así que déjate de encantos fosilizados y frases hechas.
Dime, ahora y aquí, a qué sabe el rojo atardecer cuando las tortugas desovan sin saber que ni tú ni yo existimos.

jueves, 23 de mayo de 2013

Un desierto esperanzador (fritanga robada).



El moribundo racionalismo no podía dar soluciones arquitectónicas de interés a una ciudad que había resuelto, por unanimidad, retornar a estadios intermedios de la historia de la edificación. La empresa ganadora del concurso para demoler los vestigios de los hijos de Le Corbusier se había llevado en último momento el suculento trofeo gracias a un detalle simple, aunque lo suficientemente efectista para que el revuelo que se pudiera formar entre los aguerridos defensores de la continuidad histórica sin saltos ni olvidos no quedaran desconsolados por la desaparición: telas con algún que otro fragmento de los escritos del francés cubrirían el cambio de estado de sólido a gaseoso de todas las estructuras. Sólo era el comienzo. Tras dilatadas pero apoteósicas demoliciones de estilos caídos en desgracia, la ciudad quedó virginalmente dispuesta a que los nuevos promotores comenzaran su trazado.
Pronto se percató un comentarista local de que se trataba de la devastación urbana realizada con más frialdad de todas las iniciadas en las ciudades atravesadas por el spleen que ellas mismas destilaban.
“Sin hitos arquitectónicos que marquen espacialmente el paso del tiempo, seremos inicialmente eternos; luego, ya veremos”, arguyó un constructor ante la muchedumbre que se agitaba al compás del viento. Tras ella, sin apenas nada donde clavar la mirada, se abría un esperanzador desierto.

martes, 21 de mayo de 2013

Así no hay quien viva.


Nadie mira el tiempo que acumulan las escamas de los peces,
atravesadas de un espacio del que sólo ellas tienen constancia.
Nadie lame las escamas
ni pregunta al ojo de la ballena
qué delirios esconden los fondos marinos.

Cortamos las cabezas y raspamos las escamas
y así no hay quien viva. 

lunes, 22 de abril de 2013

Grande Portugal




Para el que aún lo dude (porque no lo haya catado o porque descrea de las bondades del país vecino), Portugal es un país gigante, a pesar de que Passos Coelho (Conejo en español) se empeña en rubricar con gusto los papelajos que la Troica europea le manda a su despacho de Lisboa.

Me escapé de la City huyendo de la Vanity Fair de abril, un lugar con claras propensiones a lo fatuo, el lechuguinismo maduro (si me permiten el oxímoron) y el petimetrismo de caseta. Nao gusto da Feria, por eso me escapé a la Lusitania a ver pasar la vida con el reloj portugués. El destino era el Archipiélago de la Ría de Formosa frente a Olhao (recuerden -lh- en portugués igual a -ll- en español; nada de Olao sino Ollao). Allí se reúnen las islas de Armona, Culatra y Farol, lugares que el verano seguramente maltratará con la invasión masiva de veraneantes, pero que ahora se muestran como lugares de descanso arcádico. En Armona nos quedamos a ver pasar la vida, aunque hicimos alguna incursión pictórica a las otras ínsulas (mi amada me regaló in situ un equipo de acuarelista amateur). Una mañana, por pura curiosidad, encendí la televisión y vi una extraña forma de vida, una muestra clara de que el retrocapitalismo luso aún puede salvar el mundo: en un telediario matutino del canal nacional, Felisbela Lopes, profesora de la Universidade do Minho (recuerden -nh- en portugués igual a -ñ- en español; nada de Mino sino Miño), comentaba largamente los principales asuntos del día publicados en los periódicos. Me quedé clavado ante la sensata visión de las cosas: la mujer hablaba y argumentaba sin extremismos ideológicos, con una retórica exacta, incisiva e inteligente. Me pregunté por qué en nuestra querida patria sólo hay un comentarista para la sección deportiva (la única verdadera sección –seccionada–) de nuestras noticieros. ¿En qué momento nos escurrimos hacia el tobogán de lo a-ideológico, hacia la trepanación de cráneos a base de franjas verdes instaladas eternamente en los plasmas y en las pupilas? La televisión portuguesa, a pesar de la que está cayendo, aún sorprende con estos formatos del paleocapitalismo pasado por el tamiz de la CNN, que dejan suspendidos en el aire, durante un poco más de tiempo, el polvo dorado de la crítica y del compromiso con la realidad.

Por cierto, por aquellos lares se cogen unas coquinas cojonudas. Apertas.

jueves, 11 de abril de 2013

¿uzté no zerá ecologista?




Auténticos gurús de las matemáticas aplicadas a la vida contemporánea aseguran que es más barato coger taxis que tener coche propio. Lo dicen como si nada, admitiendo que se basan en unas cuentas que hicieron en su momento y que dejaban más que patente que los propietarios de vehículos eran auténticos primaveras. Mi primaverismo lo promueven la distancia al trabajo y mi habitación extrarradial en el mundo. Qué le vamos a hacer. La rendija por donde cuelo el dinero para mi utilitario es cada vez más grande: seguros, sellos, ITVs (esto por descontado), pilotos y ruedas. Estas últimas me traen por la calle de la amargura. En los últimos dos meses he pinchado en tres ocasiones. Hoy llamé a la grúa. Llegó con ella un hombre corpulento, con unos pectorales colosales. Era algo achatado y con un cimbreo al andar propio de “como te cueles, te parto la boca”; sin embargo, la socarronería de su gesto lo transformaba en un ser casi (casi) de peluche. Ceceaba con gracia: “Estoh cocheh zon mu güenoh; canne de perro”. Asentí. El tipo sacó el gato y se puso a elevar el vehículo como si nada –pienso que podría haberlo hecho él mismo sin la ayuda de ningún mecanismo–. Cuando vi que había dejado la grúa encendida delante de las casas de mis vecinos, le dije que si podía apagarla. “Zon una mijita tonto loh vecinoh, no?”. Le dije que era mejor pensar que lo hacía por puro ecologismo. Pareció que le estaba mentando al diablo. Sin mirarme, afanado en la extracción de los tornillos, me preguntó: “¿uzté no zerá ecologista?... porque yo me cago en loh muertoh de toh elloh”. Evidentemente, en ese momento (menos que nunca) yo no era ecologista.

Al principio no parecía muy decidido a contar nada. El hombre se oponía al ecologismo, pero yo no sabía por qué. Finalmente soltó prenda: tenía fincas de olivos que producían aceite en régimen cooperativo y la Junta (“los ecologistas”, según él) no dejaban quemar las podas en el campo tal como se había hecho desde tiempos remotos. Si esto es cierto, espero que algunos de mis fritangas queridos me aclare por qué pasan estas cosas. Al gruísta le dio por pensar que todos los que vivían en mi urbanización eran ecologistas y como tal me hizo una serie de preguntas: “¿cuánto vale un pizo aquí?, ¿tienen piszina, garaje, niños, parienta? ¿eztan buenah lah ecologistah?” En fin, un alma pura de cántaro que me dijo que había venido desde Galicia con la rueda de repuesto pequeña porque traía el coche cargado hasta las trancas y no quería parar hasta llegar al Sur. Me advirtió que no me diera prisa en cambiarla y que podía ir de aquí a Cádiz 20 veces si quería. Con hombres así todo es posible.

Se despidió con un “er ecologista me va a echa una firma guapa, ¿no? Se la eché. Claro que sí. Estos ángeles custodios que no creen en “esos tíos que no comen carne” son la salvaguarda de  un mundo inextinguible. No hay nada como ellos.   

domingo, 7 de abril de 2013

El frío


Bruma azul galáctica en la noche.
Los focos del parking exterior
de los centros comerciales
vigilan con frialdad
la soledad de los coches.

Abres el maletero;
te sumerges en la calidez de esa luz
que torna tu acerada tez en algo humano.
Guardas los víveres con los que vuelves a casa.
De nuevo otra puerta y otra y otra.
Oscuridad desatada por los fulgores que pulsas y te guían
hasta la penúltima estación:
en la alacena se guarda la compra y la pena.

Pero aún no has llegado.
El crujido, casi imperceptible,
del tabaco al arder
no pertenece a las hebras doradas al sol,
ni a tu corazón,
sino a mi deseo.

No olvides pisar la colilla cuando te lo acabes,
no vaya a ser que me consuma en la espera.


viernes, 29 de marzo de 2013

No dudes de que merecerá la pena










Me preguntas cómo se resguarda uno de las inclemencias de la vida
y cómo lograr que el viento que eriza el lomo de los desiertos no venga a levantarnos de la cama
y cómo saber que el rastro del carmín que exhiben las copas es el tuyo y nada más
y cómo ahuyentar el desvarío de las figuras troqueladas
y cómo encender el cromatismo de las luces que se apagan, que nos alejan y que no nos dejan vernos.

Me preguntas para encontrar una respuesta que tardarás cien vidas en oler.
No dudes de que merecerá la pena.


domingo, 17 de marzo de 2013

Peces de ciudad



La intrahistoria de las ciudades se escribe en los bares, en los parques y en los descampados donde los enamorados se cuentan anteproyectos de sueños especiosos que tomarán la consistencia amarga de la realidad en cuanto dejen de besar sus cuellos y pisen el suelo de los días. Ayer, acodado en la barra de un bar, el azar me regaló en amable sinfonía morse unos destellos del tiempo en el que vivimos. La ocasión me brindó coincidir con una veterinaria naturópata, un trasegado hombre de negocios (gordo, con eccemas en la cara y la dentadura tan negra como mi reputación) y una vidente. A esta última la había visto ya en un canal local donde se combinan la cartomancia, la teletienda y el porno de madrugada. Me costó saber quién era. Me sonaba la cara, pero ella no paró de inventar situaciones posibles en las que nos hubiéramos podido conocer hasta que la veterinaria, una vez que la vidente se metió en el aseo, cantó. Despejado el enigma de su procedencia, la mujer me narró que había dejado la tele por motivos económicos, pero que seguía dando servicio en una tienda recién abierta con la veterinaria y otra socia. “La gente me llama y me dice cosas del tipo: cariño, se me ha caído una lata de melocotones y mañana viajo, ¿qué hago?”, comenta. “Que si se sienten solas; que si me gustaría casarme, pero no me aguanta nadie; que si mi socio me debe dinero y si me lo va a pagar pronto... Soy una psicóloga a tiempo completo. Me llaman por teléfono: ellos obtienen sus respuestas y yo gano dinero”. Su mejor cliente es un cura que va todas las semanas a que le eche las cartas, lo cual me hace sospechar que las cosas del cielo también andan cabalgando a horcajadas sobre los corceles de la confusión.

El hombre de negocios, en un aparte, me dijo que se había arruinado tres veces, que lo suyo era renacer continuamente. Trabajando desde los 18, había comenzado con un bar, luego con un restaurante; más tarde, como no, con una inmobiliaria; y, por último, tras haberse pulido todo el parné, intentaba salir a flote con un garito de “tapas tradicionales con un toque innovador” (la carrillada creo que tenía dos botes de miel de la Granja San Francisco inyectados). Me sorprendió la poesía de arribista que rezumaba su final de discurso: “tío, cuando tengo dinero pienso que podría devolver lo que debo, pero que a la media hora tendría que volver a pedirlo prestado, por eso no creo ni en la amistad duradera ni en la familia ni en el amor”. Se metió en la cocina a seguir edulcorando sus tapas de toda la vida con el azúcar mortal de la innovación gastronómica y me dejó cavilando.

Que la vidente y el empresario cocinero fueran hermanos me hizo zurcir una teoría acerca de los orígenes de la mentira como necesidad para vivir que otro día les contaré. Lo que me quedó claro es que la moral de los mantenedores de la humanidad –entiéndase, los que nos dan de comer y los que nos predicen el futuro– resulta rastreramente mundana. Me volví a casa con la sensación de que lo mejor es cocinarse uno mismo en casa y preguntarle a los peces de los acuarios en las ciudades de provincia si pesa más el agua que les protege que la consciencia de saberse encerrados. Un besote. 

domingo, 10 de marzo de 2013

Vitalidad creativa


En los años 80 se vendió en España un juego que creo que sólo compraron mis padres. Se llamaba Flash-ball y consistía en crear una montaña rusa a partir de una base de plástico, unos mástiles de acero, unas guías de cables, una horquillas y una canica. La destreza del niño se medía por la capacidad que tuviera para lograr un looping sin que la bola se saliera de las vías. Para ello, había que crear un tramo en el que la bola se precipitara con fuerza desde arriba y así dibujar la circunferencia casi perfecta que la construcción le sugería. Era el fin de fiesta; luego, la canica seguía con un avance moribundo hasta el recipiente que la recogía tras su trepidante viaje.

Ayer pensé en todo esto cuando una amiga me preguntó, a las puertas de la supuesta casa natal de Velázquez en la City –que hace años compraron los ahora acuciados por la crisis Vittorio & Lucchino–, cómo nos hemos podido precipitar tan rápidamente hacia una situación que hacía dos años algunos ni se olían. Volví al diseño del Flash-ball: subir la bola al punto más alto de la montaña y dejarla caer para una última pirueta espectacular. Subir y bajar todo es uno. Basta con dar la fuerza necesaria para llegar a la cima por inercia, sin apenas reflexión, con la apatía ideológica que nos ha hecho vivir la década como un niño dentro de un parque de atracciones, que no mira nunca la hora hasta que siente que la mano de uno de sus progenitores le tira hacia la salida.
¿Estamos en un tiempo de evocaciones de tiempos más felices? ¿Constatamos con el hierro candente humeando en nuestra espaldas tras dejarnos la marca indeleble de la realidad que antes del boom todo era mejor? No lo sé. Esa operación de la memoria que consiste en recrear el pasado (casi siempre más o menos glorioso cuando hemos embarrancado en el presente) nos devuelve la luz del ayer consumido por el ayer; las sombras apenas se quieren ver. Ya dije hace unas semanas que vuelven actividades que habían desaparecido de nuestras ciudades hacía ya tiempo: limpiabotas, tironeros, robo en el interior de vehículos, venta a domicilio de pasteles portados en cajas de cartón con una guita... Pero no todo esta asociado al contorno del abismo: la ciudad bulle y crea, se reconvierte y regala situaciones y eventos curiosos.

Esta semana asistí a una actuación de monologuistas en un local por dos euros, copa de vino incluida. La gente se colocaba de pie ante una esterilla que hacía las veces de escenario improvisado y unos actores amateurs desgranaban historias con más o menos gracejo. Ayer, nuestra amiga Clara, participaba en unas jornadas de teatro mínimo en pequeñas y modernas tiendas de la ciudad: 15 personas/ 15 minutos a cuatro pavos el viaje. Se multiplican los hacedores de pan artesano por el barrio. Auténticos genios de la repostería (para mí solo hay dos y se llaman dulce-mente tartas) crean y recrean pasteles, galletas y tartas para venta a domicilio. Se forman grupos de consumo de verdura ecológica suministrada por arquitectos en paro desde los confines hortelanos de la ciudad. La gente comparte su sapiencia en talleres de creación, imparte clases de iniciación al teatro o de gimnasia terapéutica por el módico y azaroso precio de la voluntad. Los cines se vacían y las parejas y los mono-amantes se abrazan o se retuercen en el sofá frente a la pantalla del ordenador nutriendo sus almas con screerners de pelis recién estrenadas. Se permite o pseudo-permite la microeconomía sumergida porque la macroeconomía tiene recovecos secretos en Suiza que hace que nos replanteemos hasta dónde llega la legalidad en el mundo contemporáneo.



En todo esto veo una vitalidad creativa y un cambio de modelo no sólo económico sino ético y moral. Tal vez haya llegado al fin la hora de exigir una explicación a todo el desbarajuste, pero también de bajarnos del vagón que daba loopings en la Montaña Rusa y tomar consciencia de que la velocidad es mala e insolidadaria consejera. Feliz domingo.

viernes, 8 de febrero de 2013

Basura



La semana se esfumó. El sol calentó las sombras invernales de los árboles en las plazas y los montones de basura almacenados en las aceras de la City. El viento gélido paseó por las calles en baile demencial plásticos y papelajos huérfanos. La basura es un producto social, como el arte, los gastrobares y la pobreza. Cuando un producto social plantea dudas o desequilibrios, se esconde o se elimina. La basura pasa por esas dos opciones: la escondemos en nuestras casas, luego la escondemos en los contenedores y más tarde se elimina, a pesar de que todo el mundo sabe que este último juego de convertir la materia en nada es un proceso digno de un mago o de un mafioso. Sin embargo, nadie se para contemplarla, nadie la observa si no es muy flagrante su presencia.

Esta semana los citynos pudimos convivir con ella, olerla, cuantificarla, recibir la bofetada de la consciencia de que somos lo que producimos. ¿Recicla el personal? , ¿en sus casas se separa el desecho orgánico de los envases? Atendí a ese simple detalle y constaté que no. Hablamos de corrupción a gran escala (política), aunque pocas veces nos mentamos como microcorruptos cuando no apagamos la luz o no tiramos de la cisterna en los baños públicos (en mi trabajo hay un tipo que nos regala con un orín color verde fairy todas las mañanas). La huelga de los servicios de limpieza nos ha dado la posibilidad de la reflexión y de las metáforas. Emerge la realidad en forma de detritus. Olemos mal desde hace tiempo, pero sólo cuando la excrecencia sale a la superficie reparamos en ella. Ahora les toca a ustedes, tal como está el patio, sacar conclusiones, mis queridos fritangas. Buen fin de semana.

martes, 5 de febrero de 2013

Cucarachas líricas y mierda masticable




“Hay gente tan aburrida que te hacen perder el día en cinco minutos” y “la vida es corta y aun así nos aburrimos” son dos epigramas de Jules Renard que hoy han venido a mi cabeza durante una dolosa hora de la tarde-noche. Me fui con mi gran pana Frankie Matute a degustar el grácil verbo de Sara Mesa en la presentación de Vicente Molina Foix, en la Biblioteca Pública de la City. Antes anduvimos con Dani Ruiz constatando, gracias a su relato, que el mundo que viene no será sólo peor que éste sino horrendamente malo (los rudimentos del coaching aprendidos de manera cutre-express están haciendo estragos en el mundo empresarial local).

Ya en el acto, Molina Foix fruncía los labios sincopadamente mientras la presentadora trazaba el plano de su obra poética ante las ajadas melenas de señoras cuyos cuerpos languidecían bajo abrigos de piel vuelta, sobados por el tiempo y las bolas de alcanfor. El poeta parecía escanciar los versos con un tic brindado al aire espectral de una tradición poética que luego él mismo trató de embalsamar: parecía que sólo hubieran existido los Nueve novísimos de Castellet en su vida de artista de la estrofa. Pagado de sí mismo, ha hecho un repaso de la incubación, perpetración y gloria de aquella antología que José Mª Castellet firmó en el año 70; pero el recitado de todo ello era más propio de un manual académico donde se recogen los hitos de la historia literaria de un país que de un protagonista que habla de primera mano. Luego ya saben: yo-yo-yo-yo y yo, y, por último, unos poemas recitados.

En fin, que no nos quedamos a las birras. Nos fuimos de outsiders a un garito de la ciudad donde sirven cervezas con una tapa de maní (me callo el nombre del local por respeto a los negocios con solera y proyección internacional). Acodados en la barra, descubrimos la presencia extenuante de un ejemplar admirable de cucaracha común trepando por el cuello de una botella de Beefeater a la que el camarero (un hombre semienano pero diligente) echaba mano para servir sendos gintonics a dos primaveras vecinos. Ante el aviso de Frankie con un “llevas ahí a un colega”, el hombre quebró su corta figura en un mohín interrogante. Cuando observó los juegos de equilibrio practicado por el bicho, dio dos golpes secos en el aire para que la cucaracha se precipitara al suelo. Pisotón, crujido seco y giro de tobillo para no marrar el tiro. Luego, enjuague de la botella y agradecimiento del señor a servidores: “menos mal que me lo habéis dicho, que si no es un cante”.

Como muchos de mis queridos fritangas sospecháis, hay más literatura en un bar de mala muerte que en la antología poética de un taxidermista. A la cama me voy pensando en cruzar a nado la Laguna Estigia para ahorrarme el óbolo final. Dulces sueños.

domingo, 3 de febrero de 2013

Dukanismo


El vaho de la olla rápida, cuyo vientre guarda un cocido vegetal de garbazos y acelgas, nimba la ventana de la cocina. EL mundo toma un sesgo de irrealidad huidiza en este domingo frío y solar. En los vaivenes por el mundo de la verdura ecológica y el cereal integral se me fueron 20 kilos hacia algún lugar del universo. Lucrecio afirma en su De rerum natura que nada viene de nada y que nada se convierte en nada. Ya saben: todo permanece; el universo se rige por la mutución constante. El siglo I a.C. tenía esas querencias por los galimatías heredados de la Hélade. Me pregunto adónde se fueron los 20.000 gramos de mi existencia. Una curiosidad que intenta eludir vaguedades egocéntricas y manías científicas.


Aquellos que abrazaron el dukanismo como si fuera el último tren para acabar con la dictadura de la faja y del botón de la camisa abierto por debajo de la corbata irradian felicidad mientras que enriquecen a los intermediarios de la venta de avena y a los productores de proteína animal, pero sospecho que ninguno se cuestionará por dónde se escapa su ser físico sino más bien cuánto durará en ese estado ideal dukaniano y qué haré cuando la voluntad se esfume. No hallo un ápice de consciencia (de ningún tipo: ecológica, cósmica, humanística...) en esta tendencia. “Ataque, crucero, consolidación y estabilización final” cortejan al iniciado dukanista en su camino, cuatro pasos que se mueven en el ámbito semántico de la guerra, el placer y la conquista, imbuidos además del gran mal de nuestros dos últimos siglos: rápido y visible. Pierre Dukan ha conseguido el milagro del sentimiento comunitario, pues ante voluntades lábiles o anuladas, nada hay mejor que el gregarismo luminoso en las noches y días de pesadilla para combatir las caídas de la desafección. “Niña, ya he perdido 5 kilos y me cabe una falda preciosa que hacía años que no me entraba”. Este aullido lo escucho –con variaciones en las prendas, el peso y el tono de la voz– todos los días en mi trabajo. No hay empacho posible. Rara es la jornada en la que alguien no nos regale una charla sobre datos del sistema métrico decimal, proteínas, salvado de avena (¿la única salvación posible?) y fondo de armario recuperado.

Siento ser reticente con un método que, de convertirnos todos a él (un Occidente proteínico a base de carnes, pescados y mariscos, y me da igual en qué fase del proceso se utilicen), convertiría el tercer mundo (ya lo estamos consiguiendo) en una multigranja sin respeto alguno hacia la Naturaleza. Todas las dietas que no contengan un fin en sí mismo (por favor, dejen fuera las urgencias estéticas, que, por otra parte, son casi todas) son egocéntricas e inconscientes. Para aquellos que piensen que el mundo del vegetarianismo es triste y desanimado, les invito a comer a casa cuando quieran. Fuerza y consciencia, boys and girls.